La gestión del alcalde Luis Castañeda ya tiene un año y goza de una envidiable y estable aprobación ciudadana. Esta situación podría ser sorprendente, pues el alcalde está incumpliendo muchas promesas que hizo como candidato.
Si estas son indicadores que los limeños usan para decidir su evaluación, entonces más ofrecimientos cumplidos significaría más aprobación. En este caso, lo contrario no está sucediendo: promesas incumplidas no se traducen en una menor aprobación.
Cuando Castañeda postulaba prometió que el puente Bella Unión y el túnel Santa Rosa estarían listos para fin de año, pero ambas siguen inconclusas. Otros ofrecimientos sin fecha de expiración siguen sin norte fijo.
La reforma del transporte no tiene rumbo. No sabemos cuándo empezarán a operar los corredores viales y de la ampliación del Metropolitano no tenemos mayores noticias. Para colmo, la Costa Verde es afeada a punta de improvisación. La gestión anterior le añadió un tercer carril que privilegia al auto y no al ciudadano; y ahora esta administración nos planta una lonja de cemento con rejas de color Solidaridad Nacional.
¿Cómo interpretar la aprobación de Castañeda? Una posibilidad es la simple inercia. Esta aprobación viene de antes y no cambiará a menos que un suceso muy catastrófico la mueva. Con esta perspectiva, la táctica de callar y sacar cuerpo del alcalde sería estratégica. Si las aguas de la opinión pública no se mueven, entonces la roca de su aprobación seguirá firme. En este escenario, los limeños estarían dando un préstamo ciego al alcalde, sin pagos mensuales, solo con una promesa de devolución final.
Otra posibilidad es que los ciudadanos sí estén evaluando la gestión y que estén satisfechos con lo hecho y lo que viene. Así, los limeños valorarían positivamente lo poco que hay para mostrar: por ejemplo, los intercambios viales en construcción y los que están en proyecto. Estos serían vistos como un costo actual a pagar por un beneficio de un ordenamiento futuro.
Esta situación es como un equilibrio de bajo nivel. Los ciudadanos entregan su aprobación a cambio de algunas obras y de una promesa vaga de mejoras en un futuro. En este escenario, los ciudadanos estarían otorgando un crédito al alcalde, con pagos mensuales muy bajos. Se esperaría que, acabado el período, los pagos mínimos mensuales sumen una cantidad importante. En ambos escenarios las promesas iniciales valen muy poco: son promesas vacías.
¿Qué lecciones nos deja la elección de Castañeda y su primer año de gestión para el actual proceso presidencial? En primer lugar, los ciudadanos tenemos que confrontar las promesas de campaña: como los ofrecimientos de un crecimiento de 6% o de un tren en la costa. Un peligro es que los candidatos piensen que los ofrecimientos son palabras que se las lleva el viento y que estas luego se pueden incumplir impunemente una vez en el gobierno. Tanto Castañeda como los principales candidatos presidenciales tienen experiencia de gobierno. No pueden alegar desconocimiento acerca del manejo del Estado y de lo que realmente se puede hacer en el primer año de administración.
Echarle la culpa a la gestión anterior, como está haciendo el alcalde, es una excusa temporal, pero tras un año es claro que las responsabilidades son propias y no ajenas. Finalmente, la devaluación de las ofertas electorales nos puede empujar a un carnaval de ofrecimientos absurdos, en el que cada candidato sienta que tiene que ofrecer algo más que los competidores, lo que finalmente lleva a una vacuidad de las propuestas de campaña.
Libertad para los presos políticos en Venezuela.