El desplome de los precios del petróleo en los últimos meses debería dejarle en claro al lector –si no lo ha hecho ya la caída de los precios de los minerales– que los ‘commodities’, como se les llama en inglés a las materias primas y ciertos productos industriales, no pueden subir indefinidamente. Kenneth Boulding, un famoso economista norteamericano, decía que si alguien cree lo contrario, seguramente está loco o es... economista.
De manera que si un espécimen de esta extendida fauna le asegura a usted que el precio, digamos, de la harina de pescado va a subir 2% al año de aquí a la eternidad, no le haga caso. Una afirmación de ese tipo puede apoyarse en todas las estadísticas que quiera y se la puede racionalizar con el argumento de que el mar soporta una cantidad limitada de anchoveta, mientras que las necesidades humanas son cada vez mayores. Pero ignora un principio fundamental de la ciencia económica, que es el principio de sustitución. Tarde o temprano, la harina sería tan cara, comparada con fuentes alternativas de proteínas, que el mundo dejaría de consumirla y la reemplazaría por otra cosa.
El encarecimiento inexorable, por otra parte, sería un incentivo para que los empresarios innovadores desarrollaran sustitutos. Un aumento sostenido de 2% al año haría que en cuestión de diez años la harina de pescado costara 20% más; en 20 años, 50% más; y en 35 años, 100% más. ¿Cómo no va a despertar eso el interés y aguzar el ingenio de la gente? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar hasta que se comience a criar anchoveta en el criadero, como ya se cría el lenguado?
Las limitaciones físicas en las que se basan las predicciones de un alza permanente de los precios de los ‘commodities’ son más aparentes que reales. Las limitaciones físicas no son las más importantes, sino aquellas que imponen las condiciones tecnológicas de producción. Hubo un tiempo en que apenas se llegaba a extraer la tercera parte de todo el petróleo que se encontraba en un reservorio. Un avance tecnológico subió esa proporción a la mitad. De pronto, las reservas mundiales de petróleo aumentaron en 50% sin que se hubiera descubierto un solo yacimiento nuevo. Más recientemente, ha sido una técnica para fracturar con agua a presión esa suerte de milhojas geológico llamado esquisto lo que ha dado acceso a ingentes cantidades de petróleo, que al ponerse en el mercado han derrumbado su precio.
En el mundo minero, también, los avances tecnológicos han hecho posible explotar, a menor costo, depósitos que se consideraba antieconómicos. Los últimos diez años han sido, más bien, una excepción a la regla. Ni siquiera los productos con “valor agregado” son inmunes a la competencia, que es la motivación que está detrás de los esfuerzos por bajar costos: ¿cuánto cuesta hoy una computadora o un celular y cuánto costaba antes?
Otro famoso economista, Sir Alec Cairncross, ha inmortalizado en una rima la fragilidad esencial de toda tendencia, que bien puede aplicarse a los precios de las materias primas: “A trend is a trend is a trend. / But the question is, will it bend? / Will it alter its course / through some unforeseen force / and come to a premature end?”. En traducción libre: “Una tendencia es una tendencia es una tendencia. / Pero ¿acaso se torcerá en el futuro? / ¿Alterarán su destino / las fuerzas del sino / y le darán un final prematuro?”.