El deterioro institucional en Ecuador se acentúa. Siguiendo los pasos de Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales, el presidente Rafael Correa propuso esta semana la reelección indefinida de todos los cargos de elección popular, cosa que requerirá enmendar la Constitución que él mismo promovió. También al estilo neopopulista, Correa negó en repetidas ocasiones desde que asumió su cargo en el 2007 que le interesara perpetuarse en el mando.
La reelección indefinida es una mala idea en una democracia y lo es aun más en un sistema político que pretende serla. El no limitar los períodos de los políticos solo les confiere más poder. Y para quedarse en el poder, sirven cada vez más a los intereses de grupos de presión, erosionando así las instituciones y las libertades de los ciudadanos comunes y corrientes.
Desde hace mucho Ecuador se ha destacado por su defectuosa democracia, algo que Correa no ha mejorado. Al contrario, solo basta revisar su récord –caracterizado por un liderazgo irrespetuoso con la ley e intolerante hacia quienes piensan de manera diferente– para ver cómo ha deteriorado la democracia. Vale recordar que la “revolución ciudadana” empezó con un atropello a las instituciones. A dos meses de que Correa llegara al poder, se destituyó de manera ilegal a la oposición en el Congreso. Cuando poco después el independiente Tribunal Constitucional (TC) restituyó a los diputados, el presidente ordenó a la policía nacional permitir el ingreso de una turba violenta de sus seguidores al TC. La nueva mayoría de Correa en el Congreso, resultado de la destitución ilegal, entonces removió a los miembros del TC. Es así que se pudo hacer un referendo (también ilegal) a favor de una asamblea constitucional que luego disolvió el Congreso.
Desde entonces, Correa se ha dedicado a acosar y vilipendiar a sus adversarios políticos y a quienes discrepan con él, mientras que se ha beneficiado de la bonanza petrolera. Sus ataques a la prensa han producido el exilio o despido de periodistas prominentes, la autocensura y la toma por parte del gobierno de canales de televisión. Ha enjuiciado a medios por sumas millonarias, amenazas que son creíbles, ya que las cortes ya no son independientes.
El presidente también ha disparado el gasto público. Este aumentó de un 25% del PIB en el 2007 a un 44% en el 2013. La pobreza ha caído de 37% en el 2007 a 26% hoy y el crecimiento ha promediado alrededor del 4,5%, logros no despreciables. Pero en su libro, “Revolución ciudadana: Tanto... para tan poco”, el economista ecuatoriano Pablo Lucio Paredes cuestiona el récord. Entre el 2007 y el 2012, el precio promedio del petróleo fue más del doble que lo que fue entre el 2001 y el 2006; asimismo, los ingresos del Estado durante ese período reciente llegaron a US$63 mil millones, más del doble de lo que obtuvo en el período anterior. ¿Qué se ha hecho con esa bonanza? El crecimiento anual promedio 4,8% del 2000 al 2006, un poco más alto que durante la era de Correa. Además, la pobreza ya venía bajando antes de Correa y ha mantenido la misma tendencia.
Lo que distingue al populismo de Correa de los otros en la región es que el país ha estado dolarizado desde el 2000, cosa que ha dado estabilidad y un empuje a la economía ecuatoriana. A la misma vez le ha atado parcialmente las manos a Correa, ya que no puede imprimir dinero. No es así en Venezuela o Argentina, por ejemplo, donde la inflación es de alrededor de 60% y de más de 30%, respectivamente. En cambio, en Ecuador fue de solo 2,7% en el 2013.
Se puede progresar con una bonanza petrolera y una estabilidad monetaria. Pero una vez que bajen los precios del petróleo, solo quedará el lado feo de la revolución –especialmente si se mantiene Correa en el poder–.