El título de la reciente Conferencia Anual de Ejecutivos, “El Perú necesita cambios para seguir creciendo”, es un reflejo de la impaciencia que se ha instalado desde hace algún tiempo en las mentes de empresarios y políticos y de buena parte de la opinión pública por la desaceleración económica. Una impaciencia que nace, a nuestro entender, de una lectura precipitada de la historia económica reciente; y que no tendría mayor trascendencia si no fuera porque amenaza con desviarnos del camino que hemos seguido en los últimos 25 años y que nos ha traído a una prosperidad nunca antes vista.
Dos años de crecimiento económico por debajo del 3% nos hacen pensar que todo ha terminado. Extrañamos la época en la que crecíamos más de 6% al año; y creemos que nunca volverá. Quizá no vuelva, en efecto, porque mantener esa tasa de crecimiento por más de cinco o diez años seguidos es un fenómeno inusual, no solamente en el Perú, sino en el mundo entero. Pero ninguna reforma, ningún plan de gobierno que se aparte de la economía de mercado va a conseguir acelerar el crecimiento de manera permanente.
Las economías pasan por momentos de mayor y menor crecimiento. En el momento menos pensado el Perú volverá a crecer 4% o 5% al año. ¿Cómo? Simplemente retomando la dinámica de la inversión, una vez que las empresas se acomoden a los cambios en los precios internacionales de los minerales y demás materias primas. Pero ¿quién va a invertir?, preguntaba en una reunión un dirigente del gremio exportador. No podemos dar una respuesta con nombre y apellido, pero de que las empresas, muchas empresas, lo van a hacer a su debido tiempo, no nos cabe la más mínima duda.
La preocupación por el crecimiento futuro se alimenta también de una percepción no del todo correcta sobre la relación con China. A primera vista, el crecimiento económico entre el 2003 y 2013 se debió al auge de los minerales, motivado sobre todo por su aparentemente insaciable demanda de materias primas. Así era fácil crecer. Solo había que subirse a la ola. Pero esa explicación pasa por alto dos puntos esenciales. Primero, que el Perú comenzó a crecer aceleradamente a fines del 2001, dos años antes de que los precios de los minerales saltaran a las nubes. Segundo, ¿cómo es que el Perú pudo subirse a esa ola?
No hay que subestimar la capacidad que esta economía tenía ya en ese entonces para aprovechar los precios internacionales de los minerales cuando estos se movieron a nuestro favor. Sin las reformas económicas de los años 90, difícilmente habríamos estado en condiciones de hacerlo, de movilizar los recursos necesarios para sacar los minerales de la tierra y ponerlos en un barco. O para echarnos a buscar nuevos yacimientos. Es esa misma capacidad la que va a permitir a los empresarios encontrar qué se puede producir y vender a buen precio dentro o fuera del país, llevando su capital de un sector a otro para explotar las nuevas oportunidades de crecimiento que vayan descubriendo.
Es una demostración de la fortaleza de esta economía que, habiendo caído a la mitad los precios de nuestras exportaciones, sigamos creciendo entre 2% y 3% al año. No cedamos a la tentación de cambiar lo que nos ha funcionado bien. Como dice Ulises en la “Odisea” al regresar al palacio de Ítaca: “Resiste, corazón mío; cosas más perras has resistido.”