“Ser obrero es algo relativo”, explicaba un dirigente sindical al sociólogo Jorge Parodi. La frase se volvió el título de un estudio publicado hace 30 años. Según el dirigente, realizado el sueño de entrar a trabajar en una empresa importante y formal, el siguiente paso para el obrero se volvía renunciar a la empresa para laborar en forma independiente. Otro estudio, de Carlos Bracamonte, descubrió ese mismo patrón circulatorio cuando estudió las carreras de un grupo de mecánicos. El sueño de la formalidad, una vez alcanzado, se convertía en el sueño de la informalidad. Según Parodi, “la gran mayoría de los trabajadores tienen una mentalidad capitalista: reunir plata, sacar su indemnización y poner un negocio, generalmente ambulante”. Y cuando emprendían, su actitud decía: “Si esto me sale, mando a la m... a la empresa”, como lo expresa sucintamente el título de un capítulo del libro de Parodi.
Pero había una gran diferencia en las actitudes del obrero criollo y del serrano. Este, despreciado por el limeño por malbaratearse y malograr la plaza aceptando cualquier salario y cualquier tarea, a su vez despreciaba al primero por ocioso y “sacavueltero”, es decir, fingiendo trabajar cuando hacía otra cosa. Pero el sueño del negocio propio era especialmente del serrano.
Desde su llegada a la ciudad, desarrollaba actividades paralelas a las de asalariado. Careciendo de las vinculaciones sociales del citadino, dependiente de sí mismo, demostraba gran capacidad para posponer necesidades del momento en función de logros de largo plazo. Era capaz de ahorrar en las situaciones más difíciles. “El provinciano es ahorrativo, busca ahorrar para comprarse sus cosas”, decía un dirigente entrevistado. “Para el criollo, la plata es pa’ gastarla; para el serrano, la plata es pa’ guardarla”, admitió un obrero criollo. El migrante serrano –dice Parodi– “tiene un acentuado sentido de superación ante las limitaciones del medio”.
La energía ahorrativa y emprendedora del migrante es proverbial y se repite en las historias de otros países. Casos notables fueron los emigrantes de China que establecieron pujantes colonias en Indonesia y Malasia, como también lo hicieron emigrantes indios en países africanos. Y, según un trabajo reciente del sociólogo Giovanni Bonfiglio, los empresarios más dinámicos en el Perú han sido inmigrantes, italianos y otros europeos, chinos y japoneses, quienes solo podían surgir en la medida en que generaban su propio negocio. “Este es un rasgo típico del Perú, a diferencia de otros países americanos, que atraían inmigrantes para actividades agrícolas o de manufactura. Aquí, ser inmigrante equivalía casi automáticamente a ser empresario”.
Desde mediados del siglo XX, la posta migratoria ha pasado del extranjero a nuestra propia sierra, produciéndose una avalancha de migración hacia las ciudades y hacia la selva. Y el migrante ha llegado con el mismo patrón cultural que ha tenido en otros países y en siglos anteriores en el Perú, ética de trabajo, abnegación en aras del progreso posterior y desarrollo de capacidades de gestión.
Buscando al alcalde de un distrito serrano, lo encuentro en Lima, donde emigró cuando quedó huérfano de niño, hace varias décadas. Como otros migrantes, empezó de obrero, pero como otros también creó varias y variadas empresas. Hoy, con 78 años, sigue trabajando, dirigiendo sus negocios, pero además aportando como alcalde al desarrollo de su distrito. Escucho y pienso: Con gente así, ¿quién nos para?