Por cada mujer víctima de violencia, hay un victimario. Por cada Lady Guillén, hay un Ronny García; por cada Cindy Arlette Contreras, hay un Adriano Pozo. Los casos de violencia contra estas mujeres (y contra otras miles de mujeres) han disparado una cadena de solidaridad que se ha expresado en las redes sociales y que está a punto de marcar un hito con la marcha #NiUnaMenos.
La página web de esta iniciativa está repleta de testimonios valientes y aterradores de agresión física, verbal y psicológica contra mujeres peruanas que evidencian las heridas que deja la violencia y permiten registrar la magnitud del problema. Sin embargo, para completar el panorama, sería vital tener un lente similar que nos acerque a la psicología del “macho” peruano que ve a la mujer no como una persona para amar, sino como un enemigo al cual doblegar.
Se puede decir que detrás de un “macho” se esconde una masculinidad frágil, que ve amenazada su visión tradicional del rol de la mujer y que se camufla tras una ideología patriarcal. El patriarcado se refiere a la naturalización de la desigualdad de poder entre hombres y mujeres. Esa ideología se dosifica poco a poco en nuestras mentes. Todo quizá parta en la asimetría en el hogar que se expresa a menudo en violencia doméstica.
La investigación empírica indica que los hijos de hogares que ven a su padre golpear a su madre serán más propensos a ser violentos con sus parejas. La idea de masculinidad afecta a estos niños, pues se espera de ellos que sean fuertes y que callen estas emociones.
Luego, esa tensión emocional se traduce en ira y enfado, que son dirigidos hacia otras personas. Más adelante, estas personas se convertirán en padres que reproducirán esta violencia, sobre todo si se trata de hombres de nivel socioeconómico bajo, de poca educación y jóvenes, que tienen al frente a mujeres amas de casa con las que conviven.
Estos hechos podrían dar la idea que la violencia contra la mujer está circunscrita a un sector de la sociedad, pero hechos recientes dan cuenta de otro tipo de violencia contra la mujer más generalizada.
No toda la violencia contra la mujer es física, sino que también es verbal, a través de expresiones que reproducen la ideología del patriarcado. En los últimos días hemos sido testigos de cómo personas que se supone son ilustradas han expresado declaraciones que justifican la violencia de género.
Tenemos a un cardenal “cristiano” que indica que las víctimas de violación son culpables por provocar a los hombres. Tenemos a un legislador impune que manifiesta que una congresista es la representante de los violadores. Finalmente, tenemos a un profesor universitario insolente que se pregunta quiénes violaron a esta congresista.
Es muy probable que estas personas no estén cerca del estereotipo del agresor femenino, entonces uno se pregunta de dónde viene esa masculinidad frágil. Quizá la idea de igualdad de género sea una amenaza al poder desproporcionado de los hombres en la Iglesia. Quizá una mujer en un cargo de representación sea una amenaza a la imagen del rol tradicional de la mujer en la política y en la sociedad.
Sin embargo, poco a poco se ven cambios en la idea de masculinidad. En el hogar, por ejemplo, se observa un ligero mayor involucramiento de los hombres en su rol de padres y en las labores del hogar. En algunas escuelas se trabaja con los niños y adolescentes para que se relacionen en igualdad con sus compañeras. La idea, finalmente, es que nosotros tenemos que aprender a expresar nuestra masculinidad sin que ello implique agredir a nuestras compañeras, para que en un futuro no haya ni un agresor más.