El debate sobre el futuro de China no es solo un debate interno. Lo que pasa en este país afecta al resto del mundo y, especialmente, a los países en desarrollo. La desaceleración de la economía china, por ejemplo, ya está reduciendo los precios del petróleo y de algunas materias primas.
El problema de China no es solamente un tema técnico –si el presidente Xi Jinping va o no a poder realizar las grandes y necesarias reformas económicas que prometió al asumir el poder hace dos años-. El problema es más fundamental. El debate público y la libertad de expresión en China son cada vez más restringidos y controlados por el régimen, políticas deplorables por sí mismas que, además, hacen menos probable que se adopten reformas económicas.
A la misma vez que el Partido Comunista anuncia que dejará al “mercado jugar el papel decisivo en la asignación de los recursos”, ha incrementado la represión sobre la sociedad civil, la libertad académica y la comunicación entre los ciudadanos. Más que en décadas recientes, profesores universitarios, activistas, escritores y empresarios han sido amenazados, hostigados, encarcelados y despedidos de su trabajo por criticar al gobierno. Facebook, Twitter y Google están bloqueados.
Como he podido constatar en reuniones con empresarios y académicos durante una visita a varias ciudades chinas esta semana, se ha creado un ambiente en que los verdaderos debates y las críticas, incluso por miembros del partido, se hacen a puertas cerradas. Aun así, nunca faltan quienes se acomodan al poder y lo defienden de manera agresiva, cosa que desalienta una discusión realmente libre en reuniones sociales.
China comunista siempre ha reprimido la libre expresión, pero el aumento reciente de tales violaciones es notable. Es también una política inoportuna para el desarrollo del país. Hasta ahora las grandes reformas económicas han generado un alto crecimiento por varias décadas y han convertido a China en el taller manufacturero del mundo. Pero a medida que se desarrolla el país, la gente va acumulando riqueza que necesita preservar, y la economía depende cada vez más de la innovación, el Estado de derecho se vuelve crítico para el crecimiento y la protección de la propiedad privada. Weiying Zhang, de la Universidad de Beijing, explica que dicho avance y la misma continuación de la liberalización económica no serán posibles sin reformas políticas democratizadoras y sin que se respete la libertad de expresión. Con esos cambios podrá empezar a construirse un Estado de derecho del que depende toda economía dinámica y avanzada.
El premio Nobel Ronald Coase, en su libro reciente sobre China, enfatiza la importancia de un mercado libre de ideas para una transición exitosa y pacífica hacia la libertad política. Zhang coincide y describe cómo el mercado de ideas académicas en tiempos pasados era notablemente más libre y resultó clave para que el Partido Comunista adoptara reformas importantes, tales como la liberalización de los precios, la legalización de la empresa privada y la aceptación de la economía de mercado.
Ese nivel de libertad de expresión se está cercenando, lo cual no solo es una pena, sino que también constituye un gran error, ya que China aún necesita reformas profundas en grandes áreas: la privatización de las empresas estatales; la liberalización del mercado financiero, del tipo de cambio y de la cuenta de capitales; la protección de la propiedad privada en zonas rurales; la apertura al sector de los servicios, etc. Tal como dice Zhang, de manera valiente para un académico chino hoy en día, para que siga teniendo éxito, China necesita un mercado libre de ideas. Los chinos, dice Zhang, “necesitan dignidad, libertad y autoexpresión”