Hace 25 años, se celebraron las elecciones presidenciales en las que ganó Acción Popular, partido de centro derecha, seguido del Apra, entonces un partido de izquierda. Luego le siguieron el PPC, más a la derecha que Acción Popular, y más abajo, grupos de izquierda más a la izquierda que el Apra. Si los mapeáramos en una escala de izquierda a derecha, veríamos que se repartían en diferentes puntos del espectro. Actualmente el grupo de candidatos con mayores opciones nos brindan un panorama mucho menos heterogéneo. Si colocáramos a García, Fujimori, PPK y Toledo en la misma escala, veríamos que están hacinados en el polo derecho. Es decir, tenemos opciones pero no tenemos variedad.
Es útil, pero no suficiente, ver a los partidos políticos como marcas que ofrecen un producto (una plataforma de gobierno o una idea de país) en un mercado electoral. En cualquier mercado, existen productos que no se diferencian. Pensemos en el pan: a muchas personas les da lo mismo comprarlo en una panadería o en otra. La uniformidad del producto genera indiferencia en el consumidor. Otra historia es, por ejemplo, con las computadoras portátiles, con marcas que buscan diferenciarse y logran generar lealtades entre sus consumidores. Es más, mientras más diferenciación haya entre las marcas, se crean lealtades más firmes en el largo plazo.
En el mercado electoral pasa lo mismo. En un escenario donde tenemos partidos que no se diferencian unos de otros, los electores serían indiferentes y escogerían con desgano, pasando más fácilmente del apoyo electoral a la duda poselectoral. Por el contrario, en un escenario donde se presenten alternativas partidarias y estas ofrecen plataformas consistentes en el tiempo, los electores podrían escoger mejor, y en el largo plazo podríamos observar el desarrollo de identidades partidarias más sólidas.
Por eso mismo es importante que aparezca una opción de izquierda, con una propuesta que logre desarrollar una marca, es decir, una identidad propia consistente en el tiempo. Eso no solo beneficiaría al bolsón de electores de izquierda, sino también a los partidos de derecha, pues definiría su propia identidad por contraposición. Sin embargo, pensando en el corto plazo, en la próxima elección, a la derecha le conviene que la competencia en el otro polo esté desarticulada, aun cuando en el largo plazo les afectaría la posibilidad de no desarrollar lazos más estables con los electores. Pero, claro, desarrollar una identidad de partido de izquierda no es su tarea.
Lamentablemente, crear y consolidar una marca no es una tarea sencilla. No basta la buena voluntad, ni crear más siglas en una izquierda que ya tiene demasiadas. Hace unos días justamente se han lanzado dos alternativas en ese lado del espectro. Sin embargo, el panorama en ese sector, con sus redundantes divisiones y sus jaladas de alfombra, está más cerca a la imagen de un pan que no se vende, que a la de una marca diferenciada en un mercado competitivo. Es una marca devaluada, que se define por los “antis” más que por la propuesta. No basta proponer un cambio en el modelo económico neoliberal. Tienen que vender una visión de país. Es probable que la izquierda no gane la presidencia en la próxima elección. Ese hecho debería ayudarles a pensar en el mediano plazo, en cómo desarrollar una identidad que seduzca al más del 40% de la población que se autoidentifica como de izquierda. Esa sería una izquierda que paradójicamente también beneficiaría a la derecha, por contraposición.