Una enfermera realiza fisioterapia en un paciente con coronavirus COVID-19 en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Alberto Sabogal Sologuren, en Lima, Perú. (Foto por Ernesto Benavides/AFP).
Una enfermera realiza fisioterapia en un paciente con coronavirus COVID-19 en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Alberto Sabogal Sologuren, en Lima, Perú. (Foto por Ernesto Benavides/AFP).
/ ERNESTO BENAVIDES
Iván Alonso

La saturación de los hospitales, la escasez de oxígeno medicinal y el número de muertes diarias, que no parece tener cuándo bajar, opacan los progresos en materia de salud pública de los últimos 30 años. La crisis del coronavirus no refleja ningún fracaso del modelo económico neoliberal. Refleja, más bien, su carácter extraordinario, en el sentido literal del término: fuera de lo ordinario en cuanto a frecuencia y magnitud. Estar “preparados” habría significado invertir grandes cantidades en instalaciones y equipos que habrían permanecido inutilizados durante largo tiempo, a la espera de que brotara una pandemia, mientras otras necesidades cotidianas quedaban desatendidas por falta de recursos. Es el mismo problema que han enfrentado los sistemas de salud de España, Italia y otros países avanzados.

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