Tras una semana de elecciones nacionales fraudulentas, las protestas contra el Gobierno Bielorruso han sido tan masivas y recurrentes que lo que ocurre en ese país puede calificarse como una revolución. Si Rusia no interviene, es improbable que el régimen bielorruso no caiga.
El actual presidente Alexander Lukashenko ha encabezado por 26 años el país conocido como “la última dictadura de Europa”. En realidad, Rusia también se convirtió en una dictadura durante ese período, y tantos más países alrededor del mundo se han ido volviendo autoritarios en años recientes. Por eso, el derrumbe del régimen bielorruso representaría un contraejemplo que sería bienvenido.
Lukashenko ha gobernado de manera tramposa y cada vez más represiva desde que llegó al poder. El fraude en los plebiscitos y elecciones ha caracterizado a su gobierno. En el 2006, se jactó de que ganó la elección con el 93,5% del voto, pero luego lo redujo oficialmente al 86%. Los abusos a los derechos humanos, la falta de libertades básicas, las desapariciones y asesinatos de críticos y opositores al gobierno también han sido recurrentes. En lo económico, la libertad es baja, pues Lukashenko hizo poco para reformar el sistema soviético que heredó.
Antes de las elecciones del 9 de agosto, Lukashenko arrestó a uno de los candidatos, por lo que la esposa del opositor arrestado, Svetlana Tijanóvskaya, se candidateó en su lugar. Según observadores independientes, ella ganó hasta el 70% del voto, pero el resultado oficial señaló que el presidente ganó con más del 80%. Por todo el país, han protestado cientos de miles de bielorrusos y la candidata huyó a Lituania. El régimen ha respondido con represión, arrestando a unas 7.000 personas, torturando a muchas de ellas, enfrentando a los manifestantes con violencia y deshabilitando buena parte del sistema de internet nacional.
Esta vez, reprimir no ha funcionado. Solo ha envalentado a los bielorrusos, que han encontrado diversas maneras de comunicarse y compartir videos de la violencia estatal. Por primera vez bajo esta dictadura, los bielorrusos han podido ver que la oposición representa una inmensa parte de la población. Tan así que ha habido miembros de las fuerzas de seguridad que públicamente han dejado sus puestos o rehusado a oprimir a la población; la mayoría de las empresas estatales más grandes del país están en huelga; la televisión empezó a pasar imágenes de las protestas y el ministro de Interior se ha disculpado, sugiriendo que Lukashenko podría estar perdiendo apoyo dentro de su gobierno.
El lunes, el dictador tuvo lo que un observador llamó su “momento Ceausescu” cuando se dirigió a los trabajadores en una fábrica y le gritaron que se vaya (al dictador rumano le ocurrió lo mismo en 1989, antes de ser derrocado y ejecutado). Parece que lo único que podría salvar al régimen sería una intervención militar rusa.
Sin embargo, no parece haber entusiasmo por parte del Kremlin para esto. A diferencia de Ucrania en el 2014, la población no se opone a los rusos sino casi enteramente a Lukashenko. De hecho, uno de los candidatos opositores se fugó a Rusia. Observa el experto Anders Aslund que Putin probablemente no tiene interés en mantener a un líder impopular de una población sin ánimos contra los rusos.
En cambio, sugiere Aslund, el modelo que le puede atraer más a Putin es el de Armenia, donde se dio una revolución democrática en el 2018 y Rusia ha podido lograr sus objetivos estratégicos con ese gobierno.
La mejor salida para Bielorrusia ahora sería la derrota de Lukashenko y un gobierno de transición liderado por Tijanóvskaya que organizaría nuevas elecciones y desmontaría el aparato represivo estatal. Sería un primer paso en el largo camino hacia la libertad.