Omar Awapara

A raíz de la elección del Gustavo Petro en Colombia se ha vuelto a hablar de una nueva ola rosada en el continente, similar a la que vivió la región a principios de siglo. Entre la lista de mandatarios identificados como parte de esa marea se incluye el nombre de , lo que ha dado lugar a una controversia en torno de la verdadera naturaleza de su gobierno, especialmente cuando se le coloca en el contexto latinoamericano y junto a nombres como el de Gabriel Boric en Chile, Luis Arce en Bolivia o Alberto Fernández en Argentina.

Aunque estoy inclinado a pensar, como declaró la reconocida politóloga Cynthia McClintock en entrevista con este Diario hace un par de semanas, que es difícil reconocer a un improvisado como Castillo como un político de izquierda, y que hay muy poco en su gobierno que refleje una visión o unas políticas de izquierda, lo más interesante hasta ahora son los denodados esfuerzos de grupos y líderes de esa orilla ideológica por intentar deslindar de él, a poco más de un año de hacer explícito su apoyo al candidato en la segunda vuelta, y de haberse subido al poder en nombre de compromisos con la institucionalidad democrática, la igualdad de género, la lucha contra la corrupción y la defensa de los derechos humanos; banderas que han sido pisoteadas por esta administración.

No es la primera vez que pasa algo así, y lo más probable es que el desmarque termine en fracaso ante un electorado que haga responsable a la izquierda con su voto. Una de las más bajas performances de la izquierda en elecciones recientes se dio en el 2016, cuando Verónika Mendoza no superó el 19% de los votos y quedó fuera de la segunda vuelta. Desde el 2001, de la forma en que se quiera describir, calificar o imputar, ha habido siempre un candidato recogiendo ese voto y el apoyo de partidos o movimientos de izquierda en la segunda vuelta. Salvo en el 2016. Existen muchas explicaciones para ello, pero una que no se puede dejar de lado es que venía de gobernar Ollanta Humala, quien llegó a la presidencia con los votos de la izquierda, pero que difícilmente gobernó como tal. En abril del 2016, hacia el final de su mandato y fecha de la elección presidencial, solo un 17% de encuestados aprobaba su gobierno.

Como destacaba Patricia Zárate en diálogo con Diego Salazar para “Ojo Público”, había una ilusión al inicio del gobierno de Humala que luego se tradujo en desazón y, como ahora, en quiebre con la misma izquierda que hoy busca deslindar de Pedro Castillo. Como en aquella ocasión, es de esperar un siguiente resultado electoral parecido. Lo dijo Martín Tanaka ayer por acá: el desprestigio del gobierno de Castillo los terminará arrastrando a todos.

Las democracias funcionan, nos dice Adam Przeworski, cuando los conflictos en una sociedad se resuelven a través de elecciones (y no agarrándonos a golpes o tiros), y cuando lo que está en juego en esas elecciones no es demasiado pequeño –por esa razón, llegar al poder y gobernar significa algo–, pero tampoco muy grande –que se vuelva una amenaza existencial para los perdedores–. Si la derecha se refugió en la conspiración del fraude pensando que el comunismo se apoderaría del país para siempre, las caras más notables de la izquierda acompañan o acompañaron a un Gobierno que rápidamente ha desilusionado a sus votantes. Y ahora, incluso, proponen una medida abiertamente autoritaria como el cierre del Congreso por estar en desacuerdo con la aprobación de un informe que será controversial, pero que de ninguna manera justifica un quiebre democrático.

Omar Awapara Director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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