Alejandro Toledo siempre nos obsequia momentos inolvidables. El viernes pasado fuimos testigos de las muecas y movimientos de brazos de un histriónico acompañante del expresidente que trataba de evitar que un periodista lo abordara a su salida de la corte de San Francisco. “Don’t touch me!”, le decía el improvisado guardaespaldas al reportero.
La frase del saltarín protector del exmandatario simboliza también la situación legal de este último. Toledo lleva seis años diciéndole a la justicia peruana “Don’t touch me!”.
Así como su amigo no tuvo inconvenientes en convertirse en un ventilador humano y hacer malabares para evitar que la cámara lo enfocara, Toledo también ha demostrado ser un diestro malabarista para esquivar la cárcel. Cada vez que su extradición parece estar cercana, aparece la carta del recurso salvador acogido por algún tribunal estadounidense que dilata su inminente retorno para rendir cuentas a la justicia peruana. La suerte de Toledo hasta ahora ha dejado sin piso los cálculos más optimistas de procuradores y ministros. La tercera celda de Barbadillo seguirá desocupada por un tiempo todavía indefinido.
En enero del 2017, el futuro huésped de la Dinoes y su esposa Eliane Karp tomaron en Lima un vuelo a Panamá para luego dirigirse a Estados Unidos. A los pocos días, el Poder Judicial dictó 18 meses de prisión preventiva contra el líder del desaparecido partido de la chacana por la recepción de una millonaria coima de Odebrecht a cambio de la concesión de los tramos 2 y 3 de la carretera Interoceánica Sur. Desde entonces, no ha regresado al país que gobernó por cinco años. Así, se dio inicio a un largo proceso de extradición que no tiene cuándo concluir.
En este trayecto entre la fuga del expresidente y su retorno aún no concretado ha ocurrido de todo: hemos conocido testimonios que lo han hundido más; hemos visto a Toledo en la lista de los más buscados, luego preso y, posteriormente, liberado y con un grillete electrónico; hemos conocido que reclamaba con lisuras por el retraso en el pago de una coima; hemos leído vergonzosos comunicados de académicos que minimizan el acto de corrupción y piden que no se lo extradite en consideración a su “defensa de la democracia”.
Toledo disfruta por ahora de un período de gracia que se prolongará por lo menos hasta el próximo fin de semana. Debido a un “recurso de emergencia” y a una sorpresiva resolución de un tribunal estadounidense, la detención y la extradición quedaron temporalmente suspendidas. Catorce días más de libertad que significan también 14 días para que su defensa siga hurgando en los recovecos legales que le permitan estirar su permanencia en suelo norteamericano.
Además del natural temor que genera la certeza de que tendrá que ir a prisión, la desesperación de Toledo por retrasar su regreso y su desmedido abuso de las garantías que ofrece el sistema de justicia estadounidense podrían apuntar también a la prescripción de alguno de los delitos que se le imputan en el Perú. No hay que olvidar que hace unos años su defensa intentó sin éxito la prescripción del delito de tráfico de influencias.
El próximo viernes, si es que no hay algún otro recurso legal de por medio, volveremos a ver a Toledo con su bolsa, su esposa y quizá su amigo, acudiendo al despacho del juez Thomas S. Hixson para ponerse a derecho. En estos momentos, la maquinaria legal del expresidente –o el andamiaje, para usar sus términos– ya debe estar desplegándose. Pero pronto llegará el día en que el sistema de justicia estadounidense le diga de una vez por todas a Toledo: “No lo permito”. Y ya no se lo permitirá.