Santiago Pedraglio

En el libro “Contra el fanatismo”, el escritor israelí Amós Oz (Jerusalén, 1939-Tel Aviv, 2018), Premio Israel de Literatura 1988 y Príncipe de Asturias 2007, sostiene que “en conflictos como el de Oriente Próximo convergen dos visiones literarias: por un lado, la justicia poética de Shakespeare, en donde nadie transige, los principios y el honor prevalecen ante todo, incluso la vida, pero el escenario queda cubierto de sangre; y, por otro, la triste justicia humana de [Antón] Chéjov, con personajes que discuten sus desacuerdos, los resuelven y al final regresan a sus casas bastante frustrados. Pero regresan vivos” (Madrid: Siruela, 2019).

Los esfuerzos por alcanzar un cese del fuego en la franja de Gaza han fracasado no solo por la oposición del Gobierno de Israel, sino también por el inexplicable y reiterado veto del Gobierno de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –la resolución contó, en febrero, con 13 votos a favor, una abstención de Reino Unido y el voto en contra de Estados Unidos–, decisión que incluso le está restando al presidente Joe Biden decisivos apoyos en su carrera por la reelección.

Las nuevas embestidas del gobierno de Netanyahu han derivado en miles de muertes y en hambruna para los palestinos. ¿Qué busca Netanyahu con su manejo de la crisis? El objetivo declarado es la derrota estratégica de Hamas, pero hay otros: la derrota física y moral de la población de Gaza y el control absoluto de la franja, quitándole cualquier viso de autonomía. En última instancia, desaparecer del futuro –y de cualquier posible negociación– la prácticamente unánime demanda internacional de la constitución de un Estado israelí y otro palestino. Otro motivo poderoso: la voluntad de Netanyahu de mantenerse a toda costa en el poder.

En la última reunión de los G-20, los países de este importante foro se pronunciaron, todos, a favor de la constitución de dos Estados, salida negociada a la que se ha negado el actual Gobierno de Israel. Los gobiernos de Alemania, España y Francia, e incluso el de los Estados Unidos, entre otras decenas de gobiernos, han expresado su acuerdo con esta opción. Sin embargo, Netanyahu ha manifestado su abierto desacuerdo.

No obstante, el paso inmediato y urgente es lograr un alto al fuego, sobre todo considerando que se cierne el grave riesgo de una ofensiva militar israelí sobre Rafah, con “consecuencias catastróficas” según evaluación del propio secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, Martin Griffiths. En menos palabras, se anuncia una masacre.

En sus “Nuevas crónicas palestinas”, el reconocido intelectual palestino Edward Said (Jerusalén, 1935-Nueva York, 2003) sostiene que “nuestra batalla es por la democracia y por la igualdad de derechos, por una comunidad o Estado secular en el que todos sus miembros sean ciudadanos iguales, donde el concepto subyacente a nuestro objetivo sea una noción secular de ciudadanía y pertenencia y no una esencia mitológica o una idea cuya autoridad se derive de un pasado remoto, sea cristiano, judío o musulmán”.

“Necesitamos llegar a un acuerdo doloroso”, dice Oz, y continúa: “Para mí la palabra acuerdo significa vida. Y lo contrario de acuerdo no es idealismo ni devoción; lo contrario de acuerdo es fanatismo y muerte. […] Un acuerdo significa que el pueblo palestino no debería arrodillarse jamás. Ni tampoco el pueblo judío israelí”.

Ciertamente, el camino es hostil y está encrespado. Sin embargo, las voces de representantes democráticos y de amplios sectores pro paz de las dos comunidades existen, siguen vivos y hoy se tornan apremiantes. Fortalecer esa posición es una exigencia que nos toca.

Santiago Pedraglio es sociólogo

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