Es curioso que, en materia de seguridad interna, casi todos los expertos que opinan sobre el tema son ex funcionarios o ex directores de la policía que no hicieron en su momento lo que ahora taxativamente proponen. Están en su derecho de opinar, por supuesto, pero llama la atención que tengan ahora tanta claridad sobre estrategias y medios, pero que esa misma resolución no la aplicaran cuando tenían responsabilidad política u operativa.
Quizá no contaron entonces con presupuesto o apoyo político. Tal vez el marco normativo no era el más propicio o les faltó tiempo. Es muy posible. Pero cuando aparecen en los medios proponiendo con tanto énfasis lo que se debe y no se debe hacer casi invariablemente atribuyen las carencias actuales al desconocimiento o la torpeza de los responsables de turno, y muy pocas veces reconocen a otros las limitaciones externas que en su día ellos mismos padecieron.
¿Deberían estar impedidos por ello de criticar y proponer? De ninguna manera, porque incluso si tuvieron desempeños deslucidos o poco efectivos, eso no invalida que puedan tener las ideas correctas sobre lo que debe hacerse ahora.
Todo lo cual cobra alguna relevancia cuando repasamos la situación de la seguridad ciudadana en el Perú y se comprueba que un debate que debería ser técnico e incluso científico entre nosotros es pura opinión, prejuicios e insultos. De un lado y del otro.
El tema de la seguridad de las personas se ha vuelto tan crítico entre nosotros que fácilmente se puede convertir en el primer y más importante problema del país en poco tiempo. Pero a diferencia de otros retos nacionales, como la pobreza, la educación o el equilibrio macroeconómico, el asunto de la seguridad no tiene intercambios alturados sino pullas y mentadas de madre.
Y lo cierto es que existe una ciencia alrededor de materias como el crimen organizado, las políticas carcelarias, la formación policial, los métodos de investigación, el procesamiento judicial. No solo en textos académicos, sino en infinidad de experiencias vividas en otros países y de las cuales se podría aprender. Nada de lo cual, lamentablemente, emerge del intercambio de torpedos entre nuestras autoridades y nuestros expertos. Puro chongo nomás.
Piense usted, por ejemplo, en el asunto de la participación de los militares como apoyo a la seguridad urbana. No es la cuestión más apremiante que tenemos, pero puede ofrecerse como ejemplo del nivel del debate. Siendo un tema complejo e interesantísimo, aquí se despacha en dos segundos con el expediente de repetir que los soldados no están preparados para actuar contra civiles. Punto.
¿Y no se los puede preparar? ¿Tan difícil es complementar su formación para permitirles apoyar a la policía? Deben estar locos los franceses, entonces, que acaban de poner diez mil soldados en las calles para protegerse. También los italianos, que en sus plazas más importantes tienen soldados destacados bajo el programa Strade Sicure (Calles Seguras). Tan desubicados como los mexicanos, que usan infantes de Marina para capturar a los capos de las drogas en los hoteles de Acapulco.
Ojalá podamos empezar a discutir estas cosas con información y datos reales. Los expertos deberían dejar a un lado el pleito de barrio, volar más alto que sus contrincantes ocasionales y aportar valor puro y duro. Sobre todo si ya tuvieron responsabilidad y conocen de cerca el problema. Necesitamos, por favor, que no pisen el palito.