Venezuela le acaba de quitar cinco ceros a su moneda. Cien mil bolívares de los antiguos hacen uno nuevo. El cambio de moneda tiene solamente una finalidad práctica, que es la de facilitar las transacciones: para comprar un pollo de dos kilos se necesitaban más de dos kilos de billetes. Pero el cambio en la denominación de la moneda no detiene, por sí mismo, la hiperinflación, que se ha acelerado en los últimos meses. Hasta abril, el Fondo Monetario Internacional proyectaba una inflación de 14.000% para este año; hoy proyecta más de 1’000.000%.
La hiperinflación es siempre el resultado de financiar el déficit fiscal con la emisión de moneda. Los pocos datos que se conocen dicen que desde el año 2013, si no antes, Venezuela ha tenido un déficit fiscal de 15% a 20% del producto bruto interno (PBI). Dependiendo de la base de la cual se parta, eso significa duplicar o triplicar año tras año la cantidad de billetes en circulación, más que suficiente para pulverizar el valor de la moneda.
En el Perú también lo hemos vivido, y sería bueno no olvidarlo. Los déficits fiscales más los subsidios al crédito agrario y las pérdidas de las empresas públicas (eso que los economistas llaman déficit cuasi-fiscal) superaban a fines de los años 80 del siglo pasado el 7% del PBI, casi todo financiado con emisión de moneda por un banco central obsecuente. En agosto de 1990, cuando se sinceraron los precios de la gasolina y otros productos que hasta entonces estaban subsidiados y se puso en marcha un plan de estabilización, la inflación llegó a 12.000%. Tuvimos que quitarle no cinco, sino seis ceros a la moneda, además de los tres que ya le habíamos quitado en 1985.
La experiencia histórica demuestra que es posible terminar rápidamente con la hiperinflación si el gobierno tiene un plan creíble para controlar el déficit. Alemania acabó en 1923 con una hiperinflación que había multiplicado los precios por 850 millones en un año. Lo hicieron también Austria, Hungría y Polonia entre 1922 y 1924. Lo hizo Italia en 1947. En todos estos países, los precios dejaron de subir prácticamente de un día para otro, y el tipo de cambio se estabilizó inmediatamente.
En el Perú, en los 90, nos tomó nueve años transitar de la hiperinflación a la estabilidad de precios, tal como ahora la entendemos, es decir, un aumento del índice de precios al consumidor en el rango de 1% a 3% anual. El gobierno de turno no tenía, aparentemente, suficiente credibilidad.
¿Por qué es importante la credibilidad? Porque la desconfianza en la disciplina del gobierno alimenta entre la gente la sospecha de que tarde o temprano va a presionar al banco central para que lo siga financiando.
Junto con el cambio de moneda, el gobierno venezolano ha anunciado algunas medidas para reducir el déficit fiscal. Las medidas incluyen un aumento del impuesto al valor agregado (que vendría a ser el IGV entre nosotros) y la eliminación del subsidio a la gasolina, probablemente la mayor fuente del déficit. Pero después ha dicho que el subsidio se mantendrá todavía por un mes más y que el gobierno asumirá por los próximos tres meses el impacto del alza del sueldo mínimo decretada la semana pasada en los costos de las empresas pequeñas y medianas. No hay, pues, ninguna claridad. El fin de la hiperinflación en Venezuela, lamentablemente, aún no se ve cerca.