Desde un podio adornado con la foto de su esposo y la frase de campaña, “Honestidad, para hacer la diferencia”, la señora Nadine Heredia le demuestra al país que es una mentirosa pertinaz. ¿Qué significa esto para su bolsillo, amable lector?
En un país tan poco amigo de valores y principios éticos, el desapego a la verdad refuerza la idea prevalente de que cumplir la ley, pagar impuestos y respetar al prójimo son tonterías y que mejor está uno haciendo lo que le viene en gana. Si los gobernantes son mentirosos, ¿qué sentido tiene cumplir con el “contrato social”?
Máxime si la mentira versa sobre el origen y uso de dineros no declarados, sobre lo que se presume sea “plata negra”, sin factura. Habría que ser un menso para consignar todos los ingresos de una actividad económica si hasta el presidente y su esposa tendrían su contabilidad paralela.
Luego está la herida mortal que se inflige a la confianza, al valor de la palabra, al sustrato de honestidad que facilita los quehaceres económicos. Nada vale y todo vale a la vez.
La zozobra política que esto entraña también afecta las decisiones económicas, porque un régimen ensombrecido por la mentira se percibe débil, precario, susceptible de ser emplazado o reemplazado por vías democráticas o de otro cariz. Mejor esperar a que pase la tormenta antes de comprometer nuevas inversiones.
También está el desánimo que se cuela en los niveles directivos del aparato estatal. ¿Qué estarán pensando y sintiendo los ministros de perfil técnico que tienen que tomar decisiones diariamente? ¿Qué ánimos podrán alentar a Alonso Segura, a Piero Ghezzi y a tantos profesionales sin partido político que integran la administración pública?
¿Qué dilemas morales atormentarán al jefe del Gabinete, Pedro Cateriano, conociendo que su jefe y su esposa tienen una manera tan particular de administrar la verdad? Porque si bien los hechos pueden ser anteriores a este gobierno, la mentira es corrosivamente actual.
Todo lo cual pone al país en una noche oscura del alma de la que nada bueno puede brotar. La agenda legislativa postergada por incontables sesiones de fiscalización, la prensa nacional dedicada a hurgar lo que queda por descubrir, los funcionarios públicos en shock y sin saber si deben renunciar, el ánimo nacional, en fin, por los suelos.
Esta mentira, que en realidad se agrega a otras inconsistencias, zigzagueos e imprecisiones, nos costará PBI. Retrasará decisiones de política económica, contratos importantes, inversiones adicionales. Sus efectos no serán únicamente sobre la carrera política de la señora Heredia y su enredo legal. Todos pagaremos este pato.
En el corto plazo, por la inacción generalizada del gobierno y la incertidumbre sobre el entorno político y las decisiones económicas. No son pocos quienes dudan si el presidente Ollanta Humala llegará al final de su mandato, conforme se potencien los motores de la trituradora humana que se ha reactivado.
En el largo plazo, porque todo esto será abono, alimento y vitaminas para el descrédito de la clase política, el reforzamiento de la cultura de chongo e informalidad, el debilitamiento de las instituciones y el “ya que chu...” nacional.
El gobierno de Humala ya era bastante malo hasta acá. Pero con este culebrón digno de Netflix se coronará con una tiara de varios niveles, plena de joyas y perlas, que brillará para la posteridad.