Los candidatos constantemente exhiben sus credenciales educativas y académicas como una manera de que sus palabras tengan un peso más allá del político. Algunos se presentan con grados académicos como maestrías y doctorados y otros además publican libros en los que compilan su visión del país. Este énfasis intelectual, sin embargo, no se ve corroborado por los hechos. Ninguno de quienes encabezan las encuestas ha dado su apoyo tajante a la reforma universitaria.
Por ejemplo, Keiko Fujimori llevó su carrera académica fuera del Perú y obtuvo una licenciatura y luego una maestría en Estados Unidos. Quizá la falta de experiencia con la realidad de la universidad peruana la llevó a comentar hace un año que la reforma debilitaba la autonomía de las universidades y que la superintendencia nacional de educación (Sunedu) estaba tomando control de los centros de educación superior. Hace poco la bancada fujimorista era una de las promotoras de la modificación a la Ley Universitaria, que buscaba mantener en el cargo a los rectores rebeldes a esta ley.
El caso del candidato aprista es más resaltante. Alan García es magíster y dice tener estudios de doctorado en Francia y España. A inicios de este año, García publicó un extensísimo libro de cinco mil páginas en nueve tomos en el que reúne sus discursos y escritos. Por su preocupación en los grados académicos y los libros, uno podría pensar que el líder aprista es un defensor de la mejora universitaria. Sin embargo, sus declaraciones (dijo que se tumbaría a la Sunedu) y sus congresistas (promotores de la llamada ley Cotillo) indican lo contrario.
Alejandro Toledo tenía entre su principal capital haber surgido gracias a la educación. Era la encarnación política del mito de la educación, que empezaba en un colegio en Chimbote y terminaba en la prestigiosa Universidad de Stanford, con un doctorado bajo el brazo. En CADE 2015 lanzó un dardo contra otros candidatos al afirmar que su doctorado sí era verdadero. Es más, hace poco publicó un libro que resume su visión de América Latina. Hace poco también perdió a su principal ficha en el Congreso, Daniel Mora, el mayor defensor de la Ley Universitaria. Con eso ha debilitado el proceso de implementación de esa norma. El mito de la educación quedó como fábula personal y no como una realidad compartida.
Finalmente, el caso de César Acuña es singular. Este candidato públicamente confesó que no lee, sin embargo, tiene un doctorado en Educación por la Complutense de Madrid. En un resumen de su tesis doctoral (en que usa modelos estadísticos complejísimos) consigna diez citas bibliográficas. ¿Cómo habrá hecho para referenciarlas sin leerlas? Este aspirante podría ser uno de los opositores de la Ley Universitaria que busca evaluar la continuidad de las universidades de bajo nivel, sin embargo, ha manifestado un apoyo timorato a su continuidad.
En resumen, a algunos candidatos no les interesa la educación superior, les interesa tener un honor académico que poner en la hoja de vida. Si les importara la educación universitaria, apoyarían la actual reforma o tendrían una propuesta alternativa que garantice que la universidad pública no naufrague y que la universidad privada no solo lucre con los estudiantes.
Hasta el momento, con sus rechazos, sus silencios o sus tímidas declaraciones, estos candidatos apoyan el statu quo de una universidad que en muchos casos es un engaña muchachos. A pesar de su preocupación por exhibir maestrías y doctorados, a estos postulantes no les interesa que los títulos universitarios de nuestros hijos no sean más que un trozo devaluado de cartón.