El sostenido enfriamiento del crecimiento económico nacional ocupa el centro de las discusiones de los últimos meses. Se discute mucho y se toman acciones de política económica, pero seguimos mal.
Las cifras anualizadas de crecimiento, exportación e inversión privada a fines del tercer trimestre del año no solo dibujan ritmos ya moderados, sino que contrastan tendencias sostenidas de contracción.
¿Qué nos pasó?
No hace muchas semanas la economía peruana se desenvolvía flotando con alguna gracia.
Mientras el PBI crecía sostenidamente (ligeramente por debajo del 7%), la inflación coqueteaba con el 3% y la tasa de inversión privada fluctuaba alrededor del 25% del PBI, ocho millones de peruanos salían de la pobreza, aparecían nueve empresarios locales en la lista de millonarios de “Forbes” y la brecha corriente externa resultaba financiada por el influjo de capitales en la cuenta financiera privada.
Nuestro país era el ejemplo de un círculo virtuoso entre la inversión privada, la exportación y la reducción de pobreza. De pronto, a lo largo de los primeros tres años de la administración humalista, este círculo virtuoso se desmanteló.
Frente a este frenazo, es muy útil saber que no es el fin. Los precios internacionales se han contraído solo moderadamente: persisten altos. En promedio son aún mucho más altos que los observados durante la administración aprista.
Lo que hoy nos sucede refleja lo que hicimos ayer internamente.
Luego del cierre del TLC con Estados Unidos, optamos explícitamente por flotar.
Hablamos de avances, pero en la práctica avanzamos muy poco. Congelamos o desmontamos toda reforma de mercado e inflamos gastos estatales, impuestos (incluidos los otros impuestos: tasas y contribuciones), regulaciones y toleramos que la arbitrariedad, incapacidad técnica y discrecionalidad burocrática lo trabe o dispendie casi todo.
El fracaso de Conga o el abrumador lapso requerido para que el proyecto Olmos vea la luz no reflejaron casualidades. Configuraron fracasos tejidos con mucha ideología estatista e incapacidad burocrática.
Los últimos dos ministros de Economía y Finanzas –traumatizados por los deterioros recientes– se precian de haber reaccionado y de dar más medidas que sus predecesores. No parecen verla. El quiebre hacia abajo no se resuelve con retórica acompañada por pasos fáciles como inflar ciertos gastos, rebajando algunos impuestos y elevando otros o tratando de desmontar determinadas trabas.
Se requiere reencender y afinar el motor. Y el motor son las exportaciones y las inversiones privadas asociadas a estas. No basta con aplicar algunas simpáticas y tamizadas medidas en aras de crecer algo más del 3% el año próximo (gracias a una exigua maduración de proyectos mineros y a los menores precios del petróleo). Se trata de mirar más allá. Requerimos acciones como dejar flotar el dólar –cero distorsiones–, destrabar masivamente inversiones, reformar drásticamente la administración pública, reducir indiscriminadamente discrecionalidades, regulaciones e impuestos, destrabar las ofertas privadas en salud y educación pública. Estas solo serían muestras iniciales para quebrar este largo y costoso letargo.