Con seis meses encima, la presidencia de Dina Boluarte enfrenta una creciente presión por una renovación en su elenco de colaboradores. Incluso sus presuntos aliados empiezan a presionarla al respecto. Pero cualquier cambio de actores difícilmente variará la dinámica actual. Más bien, es a otros frentes a los que debe prestarse mayor atención.
En efecto, a los rumores que circularon por lo menos desde el viernes último en distintos espacios –que incluso tenían fecha y nombres–, les siguió el pedido de la lideresa de Fuerza Popular (FP), Keiko Fujimori, de remozar el Gabinete. En concreto, Fujimori se refirió a las cabezas de los sectores Salud, Desarrollo Agrario y Riego, Energía y Minas, e Interior.
Algunos han interpretado lo dicho por Fujimori como un primer paso para distanciarse del régimen. De hecho, FP es la única fuerza política de la actual coalición que conforma la Mesa Directiva que marca cierta distancia del Gobierno. Pero hace falta ver qué otras señales se dan para llegar a una conclusión de tal naturaleza.
La agrupación fujimorista y el Gobierno enfrentan el mismo dilema: bien contigo, peor sin ti. A pesar de que FP puede contagiarse del desgaste que sufre el Gobierno, para la agrupación fujimorista hay muy poco margen para hacer algo distinto a lo que se ve en estos momentos. Lo mismo vale para la impopular administración que lidera Boluarte: sin la fuerza para poder emprender algún rumbo distinto, se termina aspirando solo a sobrevivir, algo en lo que sus tácitos aliados parecen tener la sartén por el mango.
Con ese dilema encima, se llega a un público intercambio que puede hacer pensar que un cambio de ministros es un hecho ineludible. De hecho, al día siguiente de las declaraciones de Fujimori, la presidenta Boluarte ha indicado que todos los ministros están “en constante evaluación”.
El pedido de realizar cambios en el Gabinete bien puede ser un genuino reclamo de desesperación, pero también puede significar un pulseo para iniciar la partida. Hasta hoy, FP ha sido uno de los grupos parlamentarios que ha impulsado algunas iniciativas de control político a ministros de este Gobierno, siendo la más reciente la que involucra al ministro Vera. Las demás iniciativas han estado en antiguos aliados de Pedro Castillo.
En cualquier caso, con poquísimas excepciones, los cambios de Gabinete en la gestión de Boluarte han transitado entre la intrascendencia y la irritación. Del cambio más reciente, por ejemplo, el dato más notorio fue la incorporación de Daniel Maurate, un pasivo (atribuido al entorno personal de la jefa del Estado) que aún arrastra el Gobierno.
Por ello, no es en el Gabinete donde deben posarse las miradas ni las preocupaciones. Más bien, aunque las aguas parecen estar aún frías, lo que pase con el precario equilibrio parlamentario es fundamental. ¿Se sostendrá la debilitada coalición de la actual Mesa Directiva? ¿Tomarán responsabilidades mayores congresistas con pasivos monumentales, como los llamados ‘mochasueldos’ o “Los Niños”? ¿Querrá distanciarse el Gobierno de sus tácitos aliados?
El Gabinete debería seguir siendo el principal elenco de tomadores de decisiones. Pero con el desgaste del cargo del último lustre y la desastrosa elección de colaboradores que tuvo Castillo, con contadas excepciones, el encargo se ha devaluado marcadamente.
En cambio, el peso del Parlamento ante un Gobierno impopular que reposa en la inercia se hace cada vez más fundamental. Describir al sistema peruano como un “presidencialismo parlamentarizado” parecía antes una exquisitez académica. Hoy, en cambio, resulta una descripción precisa. Los cambios importan, sin duda, aunque el marasmo de los últimos meses pueda indicar lo contrario. Pero más en el Congreso que en el Gabinete. Lo demás es solo una renovación sin cambios.