El Perú es un país donde se lee poco, comparado con otros de la región, según diversas mediciones sobre hábitos de lectura. Dentro del reducido grupo de lectores, la literatura (es decir, las novelas y los cuentos) tiene un lugar dominante. Esto no está mal, por el contrario, habría que impulsar un mayor involucramiento de los peruanos, especialmente los niños, con la ficción.
Una categoría que tiene también importancia es la sección de no ficción, donde se encuentran libros de historia, ensayos, crónicas, biografías, entre otros. Dentro de este mundo, los peruanos demandan mayormente producción local. En la Feria Internacional del Libro de Lima del 2016, los libros más vendidos en las categorías de crónica y ensayo eran de autores peruanos. Algo similar ocurrió en el 2015.
Este localismo es bueno para la producción nacional, pero una dosis de consumo foráneo no vendría mal. Más aun si consideramos que hay joyas de la no ficción que valdría la pena difundir localmente.
Personalmente, tuve un acercamiento tardío a este tipo de lecturas. Cuando era estudiante en Estados Unidos me asignaron un libro que en su carátula mostraba la captura de Atahualpa en Cajamarca: “Armas, gérmenes y acero”, de Jared Diamond, ganador del premio Pulitzer en 1998.
Desde entonces, he estado atento a estas producciones. En este nuevo mundo, uno se puede encontrar con libros desafiantes como “De animales a dioses” de Yuval Noah Harari del 2014, o el recientemente publicado “The Gene: An Intimate History” de Siddharta Mukherjee.
Leer estos libros ha hecho que conozca a héroes culturales como Oliver Sacks, quien demostró que se podía escribir con infinita humanidad en libros sobre enfermedades neurológicas, o Daniel Kahneman, quien reveló que la intersección entre psicología y economía (llamada economía del comportamiento) puede ser divertida y a la vez desafiante.
Sin embargo, acceder a este tipo de no ficción no es fácil. Una primera barrera es el idioma, puesto que este tipo de libros está escrito mayormente en inglés y muchas de las traducciones (si existen) no llegan por estos lares. La sección de no ficción de la mayoría de librerías locales está dominada por libros de autoayuda y de ‘coaching’ empresarial. Basta intentar conseguir la edición en español de “La sexta extinción” de Elizabeth Kolbert, premio Pulitzer del 2015, para ver lo difícil que es esta empresa.
Impulsar este tipo de lecturas podría servir para acercar el mundo de las ciencias naturales a los consumidores locales, más acostumbrados a las ciencias sociales o las humanidades. También de acercar la lectura a los practicantes de las ciencias naturales. Esta sería una manera de impulsar la oferta desde la demanda.
La producción local se vería diversificada si en el área de no ficción se incluyeran trabajos de investigadores relacionados a las ciencias naturales, pero para esto es necesario que haya producción científica, que luego sea traducida para un público más amplio. Por ejemplo, el Centro Internacional de la Papa ha publicado varios libros acerca de nuestro tubérculo desde el lado científico y desde el antropológico, pero se extraña una publicación que acerque la historia de la papa a un público más general.
Si nuestro país invirtiera una proporción mayor de su PBI en ciencia y tecnología y apoyara a sus instituciones, como Concytec, podríamos conocer más historias fascinantes que pueden estar detrás de los mandiles de laboratorio locales. La ciencia es importante no solo porque ayuda al desarrollo de un país, sino porque crea una comunidad. Y en esas comunidades se guardan historias que merecen ser contadas.