Pedro Castillo se corre de los debates que él mismo convoca, regalándole la tribuna perfecta a su rival para poner en evidencia sus evasivas y debilidades. La improvisación de su aún inédito plan de gobierno (¡a menos de tres semanas del balotaje!) es solo comparable con la de su propia postulación al interior de un partido que claramente le responde a Vladimir Cerrón. Las idas y vueltas de la conformación de su equipo técnico, con personajes que se disputan la vocería y con deslindes tibios y ambiguos, causarían rubor hasta a un equipo de Copa Perú.
A estas alturas, resulta difícil llamar ‘errores’ a lo que asemeja una candidatura en su estado natural: el desastre de la campaña de Castillo se ve como un tráiler honesto de la catástrofe que sería la película de su eventual gobierno.
Keiko Fujimori tiene, así, un camino aparentemente despejado, y dibujado por el lápiz de Perú Libre, rumbo a Palacio de Gobierno. Haciendo muy poco –a las justas un refuerzo en su equipo técnico, endosos de otros partidos sin formar alianzas de gobierno, y pechando a un contrincante que no le da cara–, la lideresa de Fuerza Popular casi ha alcanzado a su rival en las encuestas y simulacros de intención de voto.
¿Cómo quiere llegar a la meta Keiko Fujimori? Confiar en la inercia de los desaciertos de su adversario es una opción, ciertamente, pero depender de las fallas ajenas no es una apuesta segura. Menos aun para la señora Fujimori, cuyas papilas gustativas deben recordar las amargas viandas que suelen engullir cada lustro en junio.
Entonces, quizá surja finalmente una epifanía en los cuarteles de Fuerza Popular, aunque con un retraso de 10 años: Keiko es el principal obstáculo para que Keiko sea presidenta.
Las últimas actitudes de la señora Fujimori, paradójicamente, apuntan a despertar a la principal fuerza, constante y decisiva, que exhibe nuestro paisaje político: el antifujimorismo.
Negar las esterilizaciones forzadas, minimizándolas con el nombre de “plan de planificación familiar”, no solo es un insulto a las víctimas de ese crimen, sino también un fútil argumento de defensa de quienes deberán esclarecer su eventual responsabilidad penal, tarea que además no debería competerle a la aspirante presidencial. Además, ¿cuán impostado suena que Keiko Fujimori plantee reivindicaciones femeninas frente a Castillo, si ni siquiera es capaz de mostrar empatía con las mujeres que fueron vejadas durante el gobierno de su padre?
Otra incoherencia, advertida en este espacio hace algunos días, es el llamado a la “unidad del país”, totalmente deslegitimado por Rafael López Aliaga, respecto de quien se esperaba un deslinde más sonoro. Es, pues, absurdo que Fuerza Popular utilice un lema como “No al odio”, mientras que un aliado invoca a la “muerte” de su contendor.
Y cada vez que Keiko Fujimori alega oronda que “siempre” ha sido respetuosa de la libertad de expresión, frunce el ceño de cualquier persona que recuerda el desempeño de la ‘Bankada’ (ley antidifusión de chats, ley antipublicidad estatal, ley de control de propiedad de medios, etc.).
Regresamos nuevamente a la interrogante: ¿Cómo quiere llegar a la meta Keiko Fujimori? ¿Admitiendo sus errores y dando muestras sinceras de reconciliación nacional? ¿O incordiando más al antifujimorismo con actitudes en las que el orgullo se confunde con el cinismo?
Se trata de una decisión trascendental que podría no solo definir si alcanza la anhelada presidencia de la República, sino también el tenor, pacífico o convulsionado, de su potencial gobierno.
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