Omar Awapara

El viernes pasado, “Enfoques cruzados” de Canal N abordó, desde una perspectiva “revisionista”, como mencionó uno de sus conductores, Gonzalo Zegarra Mulanovich, el tema de la , con un panel ideológicamente plural que reflejó bien la evolución que una cuestión central en nuestra historia reciente ha tenido en los últimos 50 años (y, como prueba de ello, ante la pregunta sobre si fue positiva o no, la audiencia se dividió en dos en la votación online).

Aunque hay consenso en torno de los efectos devastadores de la reforma en términos de productividad, hay trabajos recientes que han encontrado efectos de largo plazo, sobre todo negativos, en otros aspectos. Michael Albertus, Ricardo Fort y Mauricio Espinoza señalan, por ejemplo, que una mayor exposición a la reforma agraria redujo el logro educativo, medido en años de escolaridad, de individuos próximos a esas áreas (dejar la escuela para ir a trabajar al campo sería la razón). En otro estudio, los mismos autores observan que las áreas afectadas por la reforma están asociadas a menores índices de desarrollo humano (al ser menos educados y más rurales, dos de los indicadores que lo componen).

En términos de efectos políticos, sí observan que la reforma agraria estuvo asociada a una menor intensidad del conflicto durante el terrorismo y a una mayor participación política. Es, sobre todo, en este aspecto, en la construcción de ciudadanía, en el que hacen énfasis los defensores del proceso. Es posible que los efectos del terrorismo hayan sido menores ahí donde llegó la reforma, pero también que los partidos políticos tradicionales se desenraizaran de la sociedad al no ser ellos los que la llevaron a cabo, y fueran reemplazados en el camino por los operadores de Sinamos en un contexto de dictadura, quienes pasaron a ocupar ese espacio de intermediación.

Pero volviendo al tema económico, una de las consecuencias de imponer, desde arriba, un modelo de cooperativas de probado fracaso (en Yugoslavia, por ejemplo), como destaca Enrique Mayer en su imprescindible “Cuentos feos de la reforma agraria”, fue llevar a la quiebra y al abandono a un gran número de haciendas que terminaron parceladas, fragmentadas y quebradas. Y surge la pregunta de si es que un efecto inesperado e involuntario de ello, muchos años después, fue que la revolución agroexportadora que dio paso al “milagro peruano” (y que evitó un giro a la izquierda y quizás autoritario en el Perú a comienzos de siglo) tuviera lugar gracias a la transformación del campo peruano que significó la reforma agraria.

En clase, esta semana, tocó hablar de Barrington Moore y “Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia”, un texto fundamental para entender el surgimiento de regímenes políticos contemporáneos. Según Moore, fue gracias a la destrucción violenta del sistema de relaciones precapitalistas (fuente del poder basado en el trabajo forzado o represivo), a manos de la burguesía, que pudo surgir la democracia en países como Francia, Inglaterra o Estados Unidos.

Curiosamente, la reforma agraria fue un proceso no tan violento, pero implicó la destrucción, sobre todo en la sierra, de haciendas precapitalistas, y en la costa, de latifundios algodoneros y azucareros. Aunque se destaque la productividad de las haciendas costeñas, es probable que la disponibilidad de tierras y las oportunidades hubiesen sido menores en un contexto sin reforma.

En todo caso, más allá de una insulsa segunda reforma agraria, bien haríamos en pensar cómo replicar y extender la verdadera revolución en el campo que ha significado el ‘boom’ agroexportador de los últimos 20 años.

Omar Awapara Director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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