Gracias a Wikipedia, es posible conocer que el temor al cuco se origina de mitos hispano-lusos que advierten sobre un monstruo con testa de calabaza que se come o rapta a los niños desobedientes. Tan antigua es la cosa, que la célebre canción de cuna (“duérmete niño, duérmete ya...”) data del siglo XVII. O sea, ya llevamos 400 años asustando a los chicos con esa vaina.
Para espantar a los más grandecitos, el ministro de Trabajo, don Daniel Maurate, tiene otro recurso a la mano. A propósito del asunto de la exoneración a las gratificaciones, ha dicho hace poco que el déficit resultante para Essalud tornará esa entidad superineficiente y, en consecuencia, a la larga tendrían que privatizarla.
Para que no quede duda del tono amenazante, completó la advertencia diciendo: “Tenemos que garantizar la financiación en el largo plazo, porque sino puede empeorar y luego se van a explorar alternativas (y entre ellas) va a estar la privatización”. ¡Ay, qué miedo!
Al margen de la discusión de fondo sobre la conveniencia de las exoneraciones, sorprende la variedad de desaciertos que puede contener una sola declaración, sobre todo si representa la visión del Gobierno respecto a estos temas.
Lo menos importante es que el ministro sugiera que una disminución en los ingresos de una empresa o entidad pública conduce necesariamente a la ineficiencia. Non sequitur: la eficiencia mide la relación entre lo que se produce y los recursos utilizados y no tiene que ver con el nivel de los ingresos. Incluso se puede ser muy ineficiente y ganar dinero, o muy eficiente y perder plata.
Más seria es la concepción que entrañan estas declaraciones respecto del sector privado, presentado como un ogro moderno al cual irían a parar, para desventura de los ciudadanos, las cosas que el Estado no puede manejar adecuada o rentablemente.
Para comenzar, es posible que el ministro no conozca cómo funcionan los incentivos en el mundo empresarial. Lo cierto es que los privados aceptarán un negocio porque tiene potencial de crecimiento y rentabilidad, no porque el Estado no sepa qué hacer con él o esté quebrado.
Por otro lado, don Daniel Maurate tiene edad para recordar cómo era el país cuando el Estado era el proveedor único o más importante en materia de pesca, puertos, aeropuertos, comunicaciones, hoteles, generación de energía, pensiones, bancos de fomento, banca comercial, comercio de alimentos, complejos agrícolas, autopistas y muchos otros sectores o actividades. Todos ellos signados por la ineficiencia, la corrupción, las pérdidas millonarias y el pésimo servicio.
Si no bastara con rememorar, puede observar hoy la calidad y cobertura de otros servicios o actividades que siguen en manos estatales, como las prisiones, el suministro de agua potable, las pensiones de la ONP, la seguridad ciudadana, el control territorial, el tránsito y, por supuesto, la salud pública. Sobre esto último, basta una mañana en las salas de emergencia de Essalud o pedir cita para una cirugía para hacerse una idea de quién es el verdadero cuco en esta historia.
Vista la experiencia de los últimos 25 años, en el caso de Essalud, lo mejor que podría pasar es que se privatice o se concesione, con todos los subsidios, exigencias contractuales y penalidades que sean necesarios. Es decir, privatizar no es el último recurso, debería ser la primera opción. Lo demás es un cuentazo.