En los últimos días de 1967, el gran economista Milton Friedman pronunció su discurso presidencial ante la Asociación Económica Americana (AEA) en la ciudad de Washington. El discurso, que salió publicado al año siguiente en la revista de la AEA con el título de “El rol de la política monetaria” y desde entonces es conocido, en ese irritante, pero eficiente estilo de citación de los gringos, como “Friedman (1968)”, marcó un giro en el entendimiento de la macroeconomía.
En aquella época se creía que había una relación inversa entre la inflación y el desempleo. Según esa creencia, los bancos centrales podían reducir el desempleo si estaban dispuestos a tolerar un poco más de inflación y viceversa. Friedman sostuvo que todo eso no era más que una ilusión. El banco central puede inducir al sistema financiero a aumentar sus préstamos para que las empresas tengan los medios para contratar más trabajadores. Los trabajadores aceptan los sueldos que se les ofrecen sin saber que a la expansión del crédito le seguirá una subida de los precios. Pero cuando ven que el poder adquisitivo de sus salarios disminuye año a año, comienzan a anticiparse a la inflación y a exigir aumentos que no todas las empresas pueden pagar. Y es así como el desempleo vuelve a su nivel anterior.
Ese nivel no depende de lo que el banco central haga o deje de hacer. Depende, más bien, del tipo de cosas que produce una economía, de la composición de su fuerza laboral y, sobre todo, de las leyes que regulan las condiciones de contratación y despido. Es una tasa “natural” de desempleo. La política monetaria, dice Friedman, no tiene ningún poder para modificar la tasa natural de desempleo. Tampoco puede mantener mucho tiempo el desempleo por debajo de su tasa natural. Si intenta hacerlo, lo único que conseguirá es que la inflación aumente sin parar.
En las cinco décadas que han pasado desde aquel famoso discurso se ha discutido mucho cuánto tiempo pueden durar los efectos de la política monetaria. Pero la mayoría de bancos centrales del mundo reconoce hoy que su poder para influir en el nivel de empleo o, de manera más general, en el tamaño y crecimiento de la economía es nulo o limitado. El rol de los bancos centrales como guardianes de la estabilidad de precios y de la estabilidad financiera –originalmente la razón de ser de muchos de ellos– ha adquirido mayor importancia.
Otro legado permanente del discurso presidencial de Friedman fue el de establecer firmemente la importancia de las expectativas económicas para evaluar los efectos de la política monetaria (y, por extensión, de la política fiscal). Hoy se presta más atención a la “credibilidad” de las autoridades monetarias. Los bancos centrales han tratado de ganársela adoptando reglas de conducta como “inflation targeting” y más recientemente “forward guidance”, que son maneras de decirle al público que están comprometidos con mantener la inflación controlada y que saben qué pasos hay que dar para lograrlo.
Los méritos de estas reglas de conducta también han sido y siguen siendo materia de discusión entre los economistas. Pero el hecho es que desde hace un cuarto de siglo los brotes de inflación han sido cada vez menos frecuentes. Como si un avance en nuestra comprensión de los fenómenos macroeconómicos hubiera dado lugar al desarrollo de la medicina preventiva.