El momento político parece haber arribado, nuevamente, a una tediosa modorra. Entre el repunte del presidente Pedro Castillo y el momentáneo éxito de su estrategia centrada en apoyarse en organizaciones de base medianamente institucionalizadas, por un lado, y un Congreso que parece mirar al techo cuando las acciones de los principales voceros del Ejecutivo plantean retos, por el otro, el lapso recuerda a un partido que continúa con el marcador en blanco.
La situación es llamativa dados los hallazgos de la fiscalía que se vienen conociendo y las revelaciones que recurrentemente tienen espacio en la prensa. La indulgencia de sus antiguos simpatizantes y el aparente cinismo que ha consolidado un importante sector de la población parecen explicar este contexto.
El rebote de Castillo en la encuesta de Ipsos-América tiene un poco de teflón y un poco de expectativa. Una suerte de “síndrome de Estocolmo” de gran dimensión. El teflón se halla en el sur y en el interior rural, donde el mandatario mantiene el respaldo de casi cuatro de cada diez encuestados (38% y 39%, respectivamente), muy por encima del promedio nacional (25%); el repunte, en una marcada recuperación en el E (+9), que casi dobla el incremento general (+5), y que podría atribuirse más a una expectativa o a un ánimo solidario que a una mejora real en la vida de este sector.
A la recuperación de Castillo en la opinión pública debe agregársele el entusiasta ánimo que ha mostrado el jefe del Estado por las organizaciones de distinta naturaleza (sindicatos, rondas, colectivos, reservistas, etc.), a las que ha recibido en Palacio de Gobierno o ha convocado en sus recurrentes salidas a regiones.
Frente a este combinado de encuestas-calle, el Congreso reacciona como un cómplice, cuando no como un actor sometido. Las voces de la oposición que quisieran articular alguna salida parecen silenciadas por el mayoritario consenso del ‘nos quedamos todos’. No extraña, por ello, el pasivo ánimo con el que fue recibido el abierto desafío del premier Aníbal Torres en su reciente visita al pleno. Como se recuerda, Torres cerró su intervención enfatizando la potestad que tiene el Parlamento. “Si consideran que soy perjudicial, tienen la facultad de censurarme”, dijo. Fue otra manera de decir: si no te gusto, bótame, pues. Pero nadie pareció darse por enterado.
En medio de esta modorra, la liberación de Antauro Humala el último viernes fue recibida con alarma por un amplio sector de la opinión pública, sobre todo por aquella con más interés en la política. Pero la ciudadanía en su conjunto parece estar algo ajena al incendiario ánimo del líder etnocacerista, como si se dejara contagiar por el frío invierno que enfrenta la capital.
De hecho, no se ha sabido sobre algún acto masivo que haya liderado Humala o sus simpatizantes. Habrá que ver si el ímpetu y desparpajo que mostraba Humala en el pasado son hoy persuasivos. Pero gran parte de su agenda ya formó parte del ‘establishment’ y el balance no es positivo.
A poco de cumplir 13 meses en el cargo, Castillo parece alejarse de la mala suerte que la superstición le asigna a esta cifra. Pero se ingresa a setiembre, un mes que, en otras circunstancias y momentos, ha marcado un desenlace en la historia política reciente: la captura de Abimael Guzmán en 1992, la difusión del primer ‘vladivideo’ en el 2000, la consolidación del caso “Richard Swing” como botón de muestra del comportamiento y las prioridades del entonces presidente Martín Vizcarra en el 2020.
Podrían venirse, pues, días intensos y quizás hasta cortos, apilando uno tras otro algún suceso de significativo impacto. Como diría Frank Sinatra en la canción de la que esta columna toma el título: “los días se acortan cuando llegas a setiembre”.