Durante meses hemos discutido sobre cómo se disipó el ritmo de crecimiento que tuvimos durante una década. Debatimos acerca de si la caída de las exportaciones tradicionales podría ser compensada por el aumento del gasto público y por soltar el crédito bancario.
Abrir la brecha fiscal no funcionó. Pasamos de un superávit anualizado de US$4.551 millones a mediados del 2012 a un déficit de US$3.344 millones a mayo pasado. Pese a la arremetida fiscal, nuestra economía no dejó de enfriarse. Pasó de crecer en términos reales de 6% de mediados del 2011 al mediocre 1% actual.
No crecer se refleja en la reducción de las exportaciones tradicionales, en las cada vez menos inversiones privadas, en los retrocesos de reformas de mercado y en el apresuramiento a cerrar megaobras públicas con transparencia más que discutible.
La receta oficial que no funciona y proyectos de costo turbio e indefinido no son nuestros únicos problemas. Las cosas se deterioran no tan discretamente.
Mantener controlado el dólar local no solo tiende a distorsionar la baja competitividad de nuestra producción transable, sino que nos ha costado, en los últimos dos años, perder alrededor de US$20 mil millones. Pese a esta enorme quema de divisas y a que la inflación del componente importado registra una tasa negativa, la inflación local ni siquiera cumple su compromiso inflacionario.
Aunque se busquen explicaciones mágicas, como persistentes shocks de oferta o la retroalimentación de expectativas devaluatorias, a nadie sorprende esta longeva inconsistencia del manejo monetario local.
En medio de este controlismo monetario y un Ministerio de Economía que gasta como loco, la recaudación tributaria se derrumba. Pese a las medidas introducidas en los últimos tres años, la recaudación anualizada en dólares del Impuesto a la Renta y del Impuesto General a las Ventas cae. A mayo pasado, ambas recaudaciones ya se comprimen cerca del 4% anual. Nótese aquí que los precios de exportación dejaron de caer y que la correlación entre menor crecimiento y menor recaudación es cada mes más difícil de esconder.
Ofrecer aligerar más el manejo de los gastos burocráticos en un período preelectoral y prometer dadivosos incentivos tributarios no parecen iniciativas brillantes, oportunas ni transparentes.