¿Dónde se encuentra la economía peruana hoy en día?
Décadas de fe irreflexiva en los dogmas keynesianos nos hicieron creer que en el largo plazo estaríamos muertos y que en materia de gobierno económico solo los eventos de muy corto plazo importaban. Lamentablemente, lo opuesto explicaba las diferencias entre las naciones que se enriquecían y las que se empobrecían. Así, existían países que se creían ricos sin serlo y se caracterizaban por carecer de una visión de trabajo económico a largo plazo (aquí tenemos a toda América Latina).
Si recordamos cómo fuimos gobernados de la década de 1960 a la de 1980, no sorprende el derrumbe de la economía peruana en ese período. De hecho, el valor en dólares constantes de lo producido por un peruano en relación con lo producido por un estadounidense desarrollado se redujo de algo menos de 14% a casi el 5%. Gracias a esas ideas económicas, nuestro desarrollo decayó severamente y lo hicimos a un ritmo que aún hoy no hemos logrado interiorizar.
La recuperación parcial de los últimos 15 años nos ubica ahora cerca del 9% de lo producido por un estadounidense y con eso nos hemos obnubilado. Vemos nuevas ciudades, la reaparición de la clase media o la notable reducción de la pobreza, pero no tomamos conciencia de los errores cometidos en las décadas mencionadas y que aún hoy aspiramos a revertir.
Todavía son populares los controles embalsados de precios (mucha gente aún culpa a la parejita presidencial por incumplir la demagógica oferta del balón de gas a S/.12). Aún no aceptamos que la minería trae el pan para todos y creemos –como sostuvo en algún momento Ollanta Humala– que los proyectos mineros Conga y Tía María no son tan importantes. Todavía nos entusiasma el estatismo. Nos indignamos cuando nos muestran la desatención de escuelas, hospitales o comisarías, pero nos quedamos callados frente al escandaloso edificio del Banco de la Nación en la avenida Javier Prado, a la forma como se ha planteado el Gasoducto Sur Peruano o a la modernización de la refinería de Talara. Así fue como también, durante las tres décadas que tanto atraso trajeron al país, se construyeron muchos elefantes blancos y fortunas.
En estos días, en medio del colapso simultáneo de la inversión privada y las exportaciones, los escándalos de corrupción a los más altos niveles de gobierno y la cercanía de las próximas elecciones, se ha establecido una nueva posición políticamente correcta. Por ello, lo que resta del año y días previos al próximo cambio de gobierno serán pues solo tiempo de espera. Otro año perdido.
De hecho, casi nadie cree hoy que el gobierno actual hará algo relevante en sus últimos meses e incluso muchos anticipan discretos pero costosos retrocesos.
Si tomamos una perspectiva miope, solo nos quedaría esperar pasivamente. Pero ello sería un grave error. No nos hemos recuperado lo suficiente como para siquiera compararnos económicamente con el Perú de inicios de la década de 1960.
Por ello, no debemos tolerar desmanejos, elevaciones demagógicas de presupuestos e impuestos, embalses cambiarios u obra pública que no parece tener mayor racionalidad que los diezmos oscuros que podrían generar. Los cambios de reglas de un último año perdido pueden dañar diez más.