Esta semana aprendimos que las 62 personas más ricas del mundo tienen una riqueza equivalente a la de 3.600 millones de personas que constituyen la mitad más pobre de la población global. Además, la riqueza de esos 62 individuos ha crecido en un 44% en los últimos cinco años y la de la mitad más pobre ha caído en un 41%. Los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres.
Así lo reportó la ONG Oxfam en su estudio mediático sobre la desigualdad mundial. Es el tercer año que Oxfam calcula las cifras y las suelta en vísperas de la reunión del Foro Económico Mundial que se reúne en Davos, Suiza. Y una vez más, ha sido rotundamente criticado con mucha razón. El “Financial Times”, por ejemplo, advierte: “Nadie debe tomar los números de Oxfam muy en serio”.
Los problemas del estudio no han evitado que genere titulares alrededor del mundo que repiten sus conclusiones –lo que hace más importante resaltar las críticas–.
Un problema mayor es que Oxfam basa su estudio sobre la riqueza neta. O sea que una persona que se endeuda para comprar una casa o para estudiar en la universidad, por ejemplo, puede tener un patrimonio negativo a pesar de gozar de un salario alto o de tener las mejores posibilidades de futuros ingresos buenos. Esa es la situación de muchos profesionales y universitarios en los países ricos que, según la mediación de Oxfam, cuentan entre los más pobres del mundo. De hecho, según los datos que utiliza la ONG, alrededor del 25% de los que viven en la extrema pobreza a nivel global son canadienses, estadounidenses o europeos, mientras que no se encuentran chinos en ese extremo.
El absurdo de que Oxfam cuente a más norteamericanos en la pobreza extrema que chinos, nigerianos, bangladesíes o ciudadanos de otros países mucho más pobres muestra –tal como observó el Instituto Juan de Mariana– que el estudio en realidad no está midiendo la pobreza. Es más, según Oxfam, el 30% más pobre de la humanidad tiene un patrimonio negativo. Quiere decir que los cinco soles que le regalé a mi hijo de 7 años (quien no tiene deudas) el otro día lo hace, junto a cualquier campesino africano sin deuda, más rico que el 30% de la población mundial. ¡Qué manera de medir la desigualdad!
La ONG tampoco mide el capital humano. Pero el talento, la educación y las habilidades tienen un valor enorme, más aún en un mundo en el que hay cada vez más gente con educación formal y con una creciente diversidad de oportunidades laborales. Oxfam también ignora que la demografía incide mucho en la desigualdad de riqueza, pues típicamente los jóvenes son “pobres” porque aún no han acumulado riqueza, como sí lo ha podido hacer gente mayor. (Por eso los estudios muestran movilidad de las personas entre los distintos estratos económicos independientemente de lo que digan las cifras de desigualdad.) Y el hecho de que el mundo en desarrollo es relativamente joven influye en las mediaciones de desigualdad.
La realidad es muy distinta a lo que presenta Oxfam. La pobreza mundial se ha desplomado en las últimas décadas, el bienestar humano ha aumentado notablemente y la desigualdad global ha caído, de acuerdo al Banco Mundial y numerosos estudios académicos independientes. Eso, gracias a la globalización, es el verdadero titular de nuestros tiempos.