Alberto Fujimori –o, debería decir, la voz de toda la población penitenciaria del Perú– se ha quejado. Esto es, por sí mismo, causa de alerta; si algo sabemos es que durante su estancia en el fundo Barba…, perdón, en la prisión nunca se ha quejado, levantado la voz, gritado a enfermeras ni exigido nada.
Pero hay más. Nos referimos al contenido de la queja. No se ha tratado, como algún malintencionado ha querido hacer parecer, de un reclamo por la poca frescura de su pescado. El problema es la instalación de nuevas cámaras, acción que ha llevado a Fujimori a declamar en una carta lo siguiente: “Por respeto a la privacidad de la personas, no instale cámaras de monitoreo en los ambientes que transito”. ¿Acaso hay espacio más íntimo que aquel lugar donde una persona ingiere el néctar vital (léase: el comedor)? ¿O aquel que necesita transitar para llegar al lugar más deseado (léase: el pasadizo)? ¿O, más aun, aquel donde uno se pone en contacto con las raíces profundas del ser (léase: el jardín)?