Para conservarse eternamente joven, nada hay como hacer lo que los jóvenes hacen. Si ellos tratan de extender toda celebración hasta la madrugada, eso mismo debe intentar el maduro renuente. Si ellos miran con desdén los prejuicios de las generaciones precedentes, igual mirada debe él dispensarles. Y si ellos se embarcan en una marcha contra una ley que no los obliga a nada y cuyos alcances no tienen necesariamente claros, le toca al mozalbete de reestreno imitarlos con denuedo, como nos ha enseñado en estas semanas el congresista Yonhy Lescano.
A despecho de sus 55 inviernos, el legislador populista ha participado efectivamente de las movilizaciones contra el nuevo régimen laboral juvenil como un ‘pulpín’ más: ha surcado las avenidas, ha detenido el tránsito y ha coreado consignas como: “Ollanta y García, la misma porquería”, que suenan un tanto arbitrarias (porque, en realidad, se pueden distinguir matices de estilo en cada caso, ¿no?). Y hasta se podría decir que, sin habérselo propuesto, se ha convertido en el líder de la protesta. Porque si el Mayo del 68 parisino tuvo a ‘Dany el Rojo’ a la cabeza, el actual pataleo limeño tiene a ‘Yonhy el Roso’ (ver diccionario) para conducirlo y derrotar así a la confabulación pérfida entre el gobierno y la gran empresa; y de paso también a la edad, que corre tan ligera.