Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que la televisión ya existía y Yola todavía no había aparecido en ella. En aquel entonces –hablamos de fines de los sesenta y principios de los setenta– reinaba en el horario infantil “El Tío Johnny” y competía esforzadamente con él un programa de corte futurista llamado “Cachirulo y sus cuatronautas”. En él, el animador (el artista mexicano Rodolfo Rey (a) Cachirulo) presentaba concursos y dibujos animados trajeado como un dudoso astronauta de Santa Beatriz y, tras una jornada de agotadores disfuerzos, se despedía siempre con besos volados para todas las abuelitas ‘chingüengüenchonas’ (sinvergüenzonas), lo que en aquella época parecía un chiste candelejón y nada más.
A la vuelta de los años, sin embargo, se ha puesto en evidencia que, a fuerza de utilería intergaláctica, el programa realmente se anticipó a su tiempo. Entre los enredos de la suegra del ex presidente Toledo en el Caso Ecoteva y las tropelías ocurridas en el hostal Toro Bravo de la madre del congresista Víctor Grandez, se intuye efectivamente en estos días el surgimiento de una promoción de octogenarias de nuevo cuño: activas, ambiciosas, sin los reparos de las abuelitas de antaño. Un verdadero dolor de cabeza para sus hijos o yernos, que ven de pronto sus carreras políticas amenazadas por tanto descaro. El apocalipsis pronosticado por Cachirulo ya está acá.