Si gana el domingo, Maduro iniciará una etapa algo más alejada de la sombra de Chávez. (Foto: Reuters)
Si gana el domingo, Maduro iniciará una etapa algo más alejada de la sombra de Chávez. (Foto: Reuters)
Editorial El Comercio

Hoy,  se movilizará para llevar a cabo un simulacro de elecciones. Y decimos ‘simulacro’ porque la forma en la que se ha gestado este proceso, así como los antecedentes inmediatos de los últimos comicios, anuncian un solo corolario posible: la ‘victoria’ de y su ratificación en el poder hasta el 2025.

De manera formal, la boleta que recibirán los venezolanos mostrará los rostros de los cuatro candidatos. Además del ya mencionado Maduro –cuya cara, insólitamente, aparece replicada diez veces en la tarjeta electoral debido a los partidos que representa–, se encuentran el opositor Henri Falcón (en representación de cuatro partidos), el ex pastor evangélico Javier Bertucci y el ingeniero Reinaldo Quijada. El quinto hombre en la boleta, Luis Alejandro Ratti, declinó su candidatura el 9 de mayo para adherirse a la de Falcón.

Hasta ahora, las proyecciones de las encuestas han sido brumosas. Según ha informado la agencia de noticias AFP, mientras la firma Datanálisis pronostica un empate técnico entre Maduro y Falcón, otras encuestadoras como Delphos, Hinterlaces e International Consulting Services (ICS) vaticinan un triunfo –en algunos casos abultado– del actual gobernante. No obstante, más allá de lo que puedan estimar los sondeos, toda opción distinta a la de Maduro está condenada de origen.

Como se sabe, hace ya un buen rato que las elecciones en Venezuela dejaron de ser confiables. Si no, basta con rememorar el proceso que tuvo lugar en julio pasado para designar a los miembros de la fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente (ANC). En esa oportunidad, la empresa encargada de contabilizar los sufragios, Smarmatic, denunció una adulteración en los resultados presentados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) en al menos un millón de votos.

Los comicios de hoy también arrastran un costal de anomalías. Para comenzar, resulta extraño, por decir lo menos, que las elecciones presidenciales se lleven a cabo en mayo cuando estas se han celebrado históricamente en diciembre desde 1958 (salvo tres únicas excepciones). Esto responde a una situación práctica, pues la Constitución venezolana estipula que la juramentación del mandatario electo se realice en enero. De modo que, de triunfar una opción distinta a Maduro, el país caribeño tendría una transición insólita de siete meses en la que dos presidentes (el saliente y el entrante) cohabitarían en el poder.

En segundo lugar, a diferencia de los últimos procesos generales, hoy los principales candidatos de la oposición no tendrán cabida, pues han quedado descalificados de la carrera electoral a través de inhabilitaciones (como Henrique Capriles), sentencias políticas (como Leopoldo López) o un exilio motivado por la persecución (el caso de Antonio Ledezma).

Así también, el presidente colombiano Juan Manuel Santos denunció el último jueves que el régimen chavista está ejecutando un plan “para cedular y trasladar ciudadanos colombianos para que voten el próximo domingo” en Venezuela, ofreciendo un pago. Mientras que en el país llanero, Maduro ha utilizado la campaña para ofrecer prebendas a cambio de votos. “Tienen que salir a ejercer su derecho al voto el 20 de mayo. Yo tengo preparado una sorpresa (sic), un premio, para todos los ‘carnetizados’ del carnet de la patria que salgan a votar”, les dijo a sus simpatizantes el 9 de mayo en Yaracuy. Y días después, en un evento proselitista en Carabobo, remató: “Todos los días voy a llamar al carnet de la patria […]. Esto es dando y dando. Yo los apoyo a ustedes y ustedes apoyan la Constitución y la democracia. Dando y dando, ¿verdad?”.

Estas irregularidades, sumadas a la evidente parcialidad del poder electoral, han motivado que un grueso sector de la oposición llame al abstencionismo y que distintos países adviertan que no reconocerán los resultados. Entre estos, los miembros del Grupo de Lima (sus integrantes se pronunciaron el último lunes en México e hicieron un llamado al régimen chavista para que suspenda los comicios), la Unión Europea y Estados Unidos (cuyo vicepresidente, Mike Pence, ha calificado el proceso de hoy de “fraude” y “estafa”).

Como hemos mencionado anteriormente, el problema de que el chavismo refresque su rostro con una falsa legitimidad en comicios confeccionados a su medida no es solo una cuestión de formas democráticas, sino que termina por agravar aun más la alarmante crisis social que vive el país caribeño, con una economía quebrada por la inflación y una agobiante falta de alimentos y medicinas. Lamentablemente, las consecuencias del drama venezolano golpean a toda la región. Y, por lo menos hoy, esto no va a cambiar.