El 6 de agosto se cumplen 200 años de la Batalla de Junín, uno de los episodios que sirvieron para sellar la independencia del Perú de la corona española. La ocasión, sin duda, merece conmemorarse y, en la medida en que hubo una determinante participación de fuerzas de otras naciones sudamericanas en el combate, es oportuno que sus actuales autoridades sean invitadas. En particular, aquellas que representan a los territorios de lo que en ese entonces era la Gran Colombia (las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), pues no solo Simón Bolívar, sino también otras figuras emblemáticas del comando patriota, como José Antonio de Sucre, José María Córdova y Jacinto Lara, tenían ese origen.
Se entiende, sin embargo, que hablamos de autoridades legítimas. Es decir, elegidas por el voto popular en procesos limpios y cuyo ejercicio del poder se condiga con las mínimas condiciones que se exige en una democracia (independencia y equilibrio de poderes, prensa libre y no persecución política de quienes se oponen al régimen). La batalla cuyo aniversario habrá de festejarse en agosto, después de todo, tenía por objeto garantizar la libre determinación de quienes habitaban este lado del continente, no su sometimiento a una nueva tiranía.
El gobernador regional de Junín, Zósimo Cárdenas, no parece tener esto muy claro, pues quiere invitar al dictador venezolano Nicolás Maduro a las celebraciones. Para ello se reunió en setiembre del año pasado y el 24 de enero del presente con el embajador de Venezuela en el Perú, Alexander Yáñez. El chavismo, como se sabe, fue desde el principio una amenaza para la democracia de la región y supuso para los venezolanos la progresiva pérdida de los más elementales derechos democráticos, así como el constante atropello de los opositores al régimen y la prensa independiente. Tras el cambio de la Constitución venezolana para acomodarla a sus arrestos autoritarios, Hugo Chávez convirtió los procesos electorales de su país en mojigangas con prensa censurada y contendores arrestados, y su sucesor Nicolás Maduro no ha hecho sino extender esas prácticas inaceptables. Basta observar lo que está sucediendo actualmente con la candidatura de María Corina Machado para comprobarlo.
Como se recuerda, ella es la más destacada líder opositora y ganó de manera abrumadora la nominación para postular a la presidencia por ese sector político, pero el régimen (que ni siquiera quiere ponerles todavía fecha a los comicios que tendrían que celebrarse este año) ha vetado su participación en el proceso y la ha inhabilitado por 15 años, con el pretexto de que respaldó las sanciones de Estados Unidos al chavismo y a Juan Guaidó cuando se proclamó presidente interino de Venezuela en el 2019. Varios de sus jefes de campaña están simplemente desaparecidos, y el sátrapa caribeño, que postulará por supuesto a la reelección cuando tenga a bien darle luz verde a la nueva farsa electoral que prepara, declara sin pudor que ganará “a las buenas o a las malas”. Ello, por no mencionar la catástrofe humanitaria que el chavismo ha propiciado en Venezuela, cuya economía ha sido devastada, y que ha obligado a una migración masiva de personas en los últimos años.
El gobernador Zósimo Cárdenas, no obstante, no parece enterarse de nada de esto y anuncia más bien su intención de convidar a Maduro con bombos y platillos, como si estuviésemos hablando de un invitado de honor y no de uno de horror. En ese sentido, aunque pertenece al movimiento regional Sierra y Selva Contigo Junín y no a Perú Libre, es un penoso heredero de la actitud servil hacia el chavismo que inauguró el hoy prófugo Vladimir Cerrón, exgobernador de la misma región. Todo sugiere, además, que el alcalde de Junín, Elio Zevallos, está en sintonía con este descaminado propósito, pues participó en la primera de las reuniones con el embajador venezolano que mencionábamos antes.
Lo que corresponde, entonces, es hacerles saber a los potenciales anfitriones de Maduro que su disposición untuosa hacia ese dictador no tiene eco ni en la diplomacia ni en el ánimo general de los peruanos, para evitar que semejante despropósito llegue a materializarse.