En los últimos días han ocurrido algunas embestidas contra la prensa que creemos imperativo subrayar.
En primer lugar, están las que el presidente estadounidense, Donald Trump, les propinó a dos periodistas de CNN, un medio que ha sido bastante crítico con él. Al primero, Jim Acosta, lo calificó como “una persona grosera y terrible” durante una rueda de prensa. A la segunda, Abby Phillip, le enrostró: “Te observo mucho, haces muchas preguntas estúpidas”.
Por otro lado, en una entrevista con “O’Globo”, el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, fustigó con virulencia al diario “Folha de Sao Paulo” (afirmó que dicha publicación “se acabó”) y lanzó una admonición contra la prensa en general: “En lo que a mí concierne con la publicidad del gobierno, la prensa que actúa así, mintiendo descaradamente, no tendrá ningún apoyo del gobierno federal”. Una clara advertencia de que utilizará el presupuesto público como una herramienta para castigar a la prensa crítica. Un método que, vale recordar, fue puesto en práctica en su momento por Néstor Kirchner en Argentina.
Y el último jueves, durante una entrevista con CNN, el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, catalogó a la prensa peruana como “muy limitada” por –según explicó– no darle “la cobertura necesaria para poder desarrollar y poner en conocimiento de la forma como venimos trabajando (sic)”. Habría que recordarle al señor Chávarry, sin embargo, que cuando desde este Diario lo hemos llamado para que nos dé su versión a fin de consignarla en algunas notas y reportajes, él ha optado por no respondernos. Y dado que en los últimos días el fiscal de la Nación sí ha atendido a otros medios queda claro que la única limitación a su trabajo no lo pone la prensa, sino él mismo, al seleccionar a quiénes responder y a quiénes no. De más está decir que, con su negativa a atendernos, el fiscal no solo nos priva a nosotros de conocer sus respuestas, sino también a la ciudadanía.
En suma, tres recordatorios de una corriente antiprensa que azota la región. Lo curioso de esto –y, por lo mismo, preocupante– es que las embestidas tuvieron lugar en países que pueden reconocerse como democracias y que sus autores no fueron sátrapas o mafias organizadas, sino altos funcionarios, algunos elegidos por la ciudadanía, y cuyas instituciones deberían garantizar el ejercicio periodístico, en lugar de satanizarlo.
Más allá de lo graves que son los episodios aquí recogidos, estos no constituyen situaciones excepcionales. De un tiempo a esta parte, América se ha convertido en un territorio en el que ejercer el periodismo implica quedar expuesto a recibir las reprimendas de los poderosos. Sucede con la represión furibunda que realiza el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua contra los reporteros que cubren las marchas antigubernamentales; en la forma como hasta hace muy poco se utilizaba una ley en Ecuador para darle un envoltorio ‘legal’ a la persecución contra los medios; o en la manera burda en la que la dictadura chavista usa los tribunales para castigar a periodistas incómodos o restringe el acceso al papel para asfixiar a las publicaciones periodísticas.
En el Perú, en particular, tampoco hemos sido inmunes a esta ojeriza de las autoridades contra la prensa. Ahí están, por ejemplo, los calificativos que ciertos políticos han arrojado sobre los medios (“medios mermeleros” o “prostiprensa”); los proyectos de ley que han presentado algunos congresistas para incomodar la labor periodística (como la inconstitucional ‘ley mordaza’, la propuesta para que los periódicos subsidien un seguro social a los canillitas o el proyecto –ya retirado– que buscaba prohibir que personas investigadas ocupen determinados cargos en medios). Y, en general, los actos de hostigamiento contra periodistas (que van desde los empujones de la legisladora Esther Saavedra a un reportero, hasta los allanamientos fiscales a las oficinas de IDL, las citaciones al Congreso a los periodistas Gustavo Gorriti y Rosana Cueva o la misiva del fiscal supremo Raúl Rodríguez Monteza a IDL-Reporteros y a “Panorama” exigiendo que le entregaran material periodístico).
En este Diario reconocemos que la labor de la prensa no es perfecta, y que batallamos día a día con nosotros mismos para darles a nuestros lectores información que los ayude a ser un poco más libres. Pero de ninguna manera los yerros de los medios pueden justificar alguna de las acciones que hemos presenciado con inquietud en los últimos meses.
Preocupa que, a ojos de muchas autoridades en el continente, el periodismo sea un incómodo enemigo al que hay que remecer y descascarar a punta del poder que, paradójicamente, les ha sido otorgado por la democracia. Habría que recordarles que, en última instancia, los atentados contra la prensa no son otra cosa que atentados contra la libertad.