El Perú, se dice, es un crisol de culturas. En esa tradición, sería imposible imaginar al Perú moderno sin el enorme aporte de la cultura japonesa. Su influencia ha ido acompañando y dando forma a la identidad nacional peruana desde que, el 21 de agosto de 1873, hace exactamente 150 años, se firmó el inicio de las relaciones diplomáticas entre la República del Perú y el Imperio del Japón en Yedo (Tokio).
En aquel momento, como recordó el historiador y periodista Héctor López Martínez en estas páginas el día de ayer, el Perú fue el primer país de América del Sur en establecer una relación directa con Japón. Uno de los frutos iniciales de esta nueva amistad fue la llegada del buque Sakura Maru el 3 de abril de 1899 al puerto del Callao, con casi 800 inmigrantes japoneses para trabajar en las haciendas de la costa peruana. Desde entonces, la presencia nikkei en el Perú ha jugado un papel distintivo y tremendamente positivo en diversos frentes.
En el campo de las artes visuales, Tilsa Tsuchiya Castillo y Venancio Shinki Huamán tienen lugares privilegiados dentro del panteón de los pintores peruanos más celebrados. En la literatura, José Watanabe Varas es un referente obligado en la evolución de la poesía nacional. En ciencias, al ingeniero Julio Kuroiwa Horiuchi le debemos el desarrollo de la ingeniería sísmica en el Perú, con aportes de relevancia mundial. Y, por supuesto, es en el campo de la gastronomía donde los referentes nikkei ganan mayor popularidad: Minoru Kunigami, Humberto Sato, Toshiro Konishi, Mitsuharu Tsumura, entre tantos otros, han abierto un nuevo universo de sabores peruano-japoneses para el mundo.
Sin embargo, no es en los nombres más encumbrados donde se halla la mayor influencia nikkei. Es en el aporte del día a día de aproximadamente 200 mil descendientes de japoneses que conforman una comunidad que ha sabido integrarse profundamente a un país multicultural como el Perú. De hecho, la comunidad nikkei peruana es la segunda más numerosa de América del Sur, luego de la brasileña.
Para el Perú, el Japón es un socio y referente importante a varios niveles. En exportaciones, por ejemplo, el país asiático recibió más de US$3 mil millones en productos peruanos durante el 2022, y la cifra viene creciendo significativamente desde el 2015. En términos de desarrollo económico, Japón es probablemente el mejor ejemplo –junto con Corea del Sur– de una nación que alcanzó altos ingresos y buenas condiciones de vida para su población en un período relativamente corto, apostando por la tecnología, el trabajo y políticas públicas sensatas, con muchísimo que imitar. Y en política, Japón mantiene una democracia madura, respetuosa de los derechos y libertades básicas de su población, en un mundo donde el avance de las autocracias y la polarización parece en ocasiones inexorable.
Con todo, y a pesar de tener un océano de distancia y de momentos complicados en la historia de cada uno, es difícil pensar en una relación más fructífera que la que ha logrado mantener el Perú con el Japón. Un siglo y medio de amistad y respeto que vale la pena celebrar.