Después de los comicios generales del 2021, enormes cantidades de tinta y de tiempo se destinaron a señalar la urgencia del fortalecimiento de los partidos políticos. Parte de la discusión apuntaba a lograr representaciones más inclusivas y consensuadas dentro de tiendas políticas más anchas de cara al 2026. Después de todo, los tres candidatos presidenciales que ocuparon los primeros puestos en las elecciones de abril del 2021 (Pedro Castillo, Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga) no alcanzaban ni la mitad de los votos válidos. La trayectoria del mapa político nacional, sin embargo, siguió exactamente la ruta opuesta. Hoy son 25 las agrupaciones aptas para participar en las siguientes elecciones (hubo 18 candidatos en el 2021) y otras 13 buscan la inscripción ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE).
Casi tres años después, la gran mayoría de fuerzas políticas ha fallado en ensanchar su representación. Lo curioso es que ni siquiera los partidos que alcanzaron escaños en el actual Congreso lograron ganar fuerza. Probablemente el caso más emblemático sea el del Partido Morado. Consiguió tan solo tres congresistas –insuficiente para formar una bancada– que luego se desentendieron de sus correligionarios. Este mes, Daniel Olivares, excongresista morado, y Flor Pablo Medina, actual legisladora y última representante morada en el Legislativo, renunciaron al grupo y anunciaron otro frente. Susel Paredes, anterior congresista morada, mencionó en octubre pasado que ella se había sumado a la bancada Cambio Democrático-Juntos por el Perú “básicamente por razones administrativas”, una muestra de su entendimiento de las instituciones democráticas. También anunció entonces la conformación de otro frente político para el 2026.
Otrora líderes políticos tampoco han podido recapturar su momento. Por ejemplo, Nuevo Perú por el Buen Vivir, encabezado por la excandidata presidencial Verónika Mendoza, estaría aún a la espera de su inclusión en el Registro de Organizaciones Políticas (ROP). La organización –junto con aliados como Juntos por el Perú– ha quedado especialmente desgastada luego de su incondicional cercanía a la administración del expresidente Pedro Castillo. Otras organizaciones más bien se acercan a la carrera electoral sin líderes visibles. Es el caso, por ejemplo, de Acción Popular o de Somos Perú. Y la pérdida de miembros en casi todas las bancadas del Congreso probablemente se intensificará en los próximos meses, conforme la cancha se reacomoda para el 2026.
El tiempo disponible para enmendar el rumbo y evitar otra contienda de pigmeos políticos está casi agotado, en parte gracias a la poca acción desde el actual Legislativo. La regulación electoral –con la discusión de las PASO de por medio– no logró mayores avances en este campo.
Es cierto que, a pesar de todo, el Perú ha logrado mayor estabilidad política en el último año –y que lo que se puede esperar del gobierno de la presidenta Dina Boluarte es pobre, pero cuando menos predecible dado su Gabinete–. La gran incógnita en la mente de ciudadanos e inversionistas es el tipo de contienda que sufrirá la nación en poco más de dos años, un horizonte relativamente corto para planes de mediano plazo.
En el fondo, ha sido la mezquindad de los líderes políticos lo que ha impedido que alianzas más extensas se formen. Si ni siquiera pequeñas organizaciones, como el Partido Morado, han podido mantenerse unidas, ¿qué tan realista es esperar coaliciones extensas en los siguientes años? La carrera para el 2026, inevitablemente, tendrá todos los atributos que se querían evitar.