Editorial El Comercio

Este domingo 28 de julio, se celebran en unas que, de acuerdo con lo que indican las encuestas, deberían suponer el fin de la tiranía que estableció Hugo Chávez a finales del siglo pasado en ese país y que su patético heredero, , ha continuado imponiendo a hierro y sangre. El problema, sin embargo, es que no estamos ante unos comicios libres. Ninguno de ellos en realidad lo ha sido desde que el chavismo llegó al poder. La represión a la prensa libre y a la oposición, así como el sometimiento del Legislativo, el Poder Judicial y los organismos electorales al régimen han sido la persistente característica de la satrapía caribeña durante los últimos 25 años, y es en ese mismo contexto que se viene realizando el proceso electoral que culmina este domingo.

A la candidata que ganó abrumadoramente las elecciones internas en el ámbito de la oposición, , el chavismo le ha impedido postular con trampas de manual y la campaña de quien la ha sucedido como postulante de las fuerzas unidas de la resistencia contra Maduro, , ha sido sistemáticamente hostigada desde el Palacio de Miraflores. Maduro y sus cómplices, además, han puesto todo tipo de trabas para que los millones de venezolanos que migraron al exterior huyendo de la miseria que su régimen les imponía (y que evidentemente se oponen a la extensión de la dictadura chavista) puedan votar desde el lugar donde se encuentren. Se calcula que estará en capacidad de hacerlo. Aun así, las encuestas más serias le conceden a González Urrutia una ventaja sobre el tirano.

Es evidente que Maduro hará lo imposible por prolongar su estadía en el poder. La corrupción y los crímenes derivados de la persecución política a la oposición suponen una factura con la justicia que no está dispuesto a pagar. Y no ha hecho ningún misterio al respecto. Descaradamente, ha anunciado que ganará y que, si pierde, habrá un y una “guerra fratricida” en Venezuela. Así las cosas, la comunidad internacional, que hasta ahora ha sido tibia y contemporizadora con los abusos de la satrapía que nos ocupa, tendría que estar determinada a proteger la voluntad de la mayoría de los venezolanos. Ya sabemos de la actitud apañadora que cabe esperar de sus secuaces rusos, iraníes o cubanos, pero las democracias de Occidente no pueden dejar una vez más solos a los venezolanos.

Mención aparte, por supuesto, merecen los eternos compañeros de viaje que este tirano sin bandera ha tenido y tiene en el Perú: personajes de la izquierda local a los que una pretendida sintonía ideológica con el régimen chavista ha llevado a callar invariablemente frente a sus atropellos y a contorsionarse retóricamente para evitar llamarlo por su nombre: dictadura. De todo ese vergonzoso universo, no obstante, quien más, por así decirlo, destaca es Verónika Mendoza, lideresa del recién inscrito partido Nuevo Perú para el Buen Vivir, pero candidata en dos oportunidades a la presidencia de la República y socia silenciosa del gobierno corrupto e inepto que encabezó el golpista Pedro Castillo. Tiempo atrás, la señora Mendoza se escurría de hacer críticas al chavismo argumentando que había ganado siempre elecciones (aunque siempre se supo también cómo las ganaban), y ahora último ha cargado contra la oposición venezolana alegando que “no es la más democrática ni la más transformadora” y apretando los labios a propósito de la naturaleza del régimen de Maduro. Es casi una materialización nostálgica y caricaturesca del estalinismo que ha dominado a nuestra izquierda por décadas…

De cualquier forma, la celebración de los comicios de este domingo en el país caribeño y sus resultados van a constituir, por un lado, un innegable mérito del coraje de María Corina Machado y, por el otro, una noticia amarga para la dictadura de Maduro y sus satélites locales. Esto último, por cierto, en la medida en la que la comunidad internacional decida estar a la altura de la responsabilidad que tiene por delante.

Editorial de El Comercio

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