La primera semana de octubre de 1973 se dio inicio a la llamada guerra de Yom Kipur, librada entre Egipto y Siria, de un lado, e Israel del otro. Esa fue la última vez que las fronteras israelíes se vulneraron seriamente, hasta el fin de semana pasado. Exactamente 50 años luego, otro conflicto árabe-israelí conmociona el Medio Oriente, y esta vez la escala puede ser también mayúscula. Un ataque terrorista lanzado por la organización paramilitar palestina Hamas desde la franja de Gaza –con miles de cohetes y una invasión de combatientes entrando en territorio de Israel– tomó por sorpresa al gobierno de Benjamín Netanyahu durante un feriado religioso.
El saldo humano sobre Israel ha sido terrible. Hasta el momento, las autoridades hablan de más de 700 fallecidos. En un festival de música electrónica que se realizaba cerca de la frontera con Gaza, el servicio de rescate israelí Zaka reporta haber retirado unos 260 cadáveres, la gran mayoría de jóvenes. Existen también decenas de denuncias de desapariciones y secuestros de población civil israelí –incluyendo mujeres y niños– que ha sido llevada a territorio palestino. La brutalidad de los ataques ha sido trasmitida en vivo por redes sociales. Al margen de la posición política que cualquiera tenga sobre el comportamiento del Estado de Israel frente a sus vecinos de Palestina en las últimas décadas, nada puede justificar jamás la masacre y vejamen de población civil indefensa. En términos de derecho humanitario y de legitimidad, Hamas ha cruzado una línea roja de donde nunca podrá volver.
Por su lado, la reacción de Gobierno de Israel ha sido contundente. Agencias internacionales reportan al menos 413 palestinos fallecidos y más de 2.300 heridos como consecuencia de la respuesta de las fuerzas israelíes. Estas últimas actúan en una línea delgada que –por la aberrante estrategia de Hamas– no separa con claridad los objetivos militares legítimos de aquellos civiles dentro de Gaza. Aun así, los errores y excesos que cobran vidas palestinas inocentes deben ser evitados a toda costa.
La enorme escalada de la ofensiva de Hamas deja dos importantes preguntas. La primera es cómo los servicios de inteligencia israelíes –que se precian de estar entre los más efectivos del mundo– fallaron en detectar un plan tan extenso. Parte de la respuesta puede estar en que el gobierno de Netanyahu ha estado inmerso en líos políticos serios desde hace meses, en medio de su empuje para reformar el sistema de justicia a su gusto (y el propio primer ministro enfrenta diversas acusaciones penales por corrupción). Esto ha traído las protestas más grandes en la historia reciente de Israel, y posiblemente la percepción de ventana de oportunidad para el ataque de Hamas en vista de la debilidad política y la desatención del gobierno de Tel Aviv en asuntos de seguridad.
La segunda pregunta –posiblemente con consecuencias más serias– es sobre el movimiento de las relaciones internacionales a partir del ataque. Israel y Arabia Saudita, un peso pesado de la región y también aliado de EE.UU., se encontraban en negociaciones para normalizar sus relaciones diplomáticas, y estos eventos podrían descarrilar los esfuerzos. Un frente unido entre Israel y Arabia Saudita no favorecía los intereses de Palestina ni de Irán. En la frontera norte de Israel, por su lado, el grupo terrorista libanés Hezbollá ha aprovechado el momento para atacar también, lo que supone un doble frente de combate para las fuerzas israelíes. Pero el mayor riesgo de escalamiento viene de Irán. De acuerdo con altos rangos de Hamas y Hezbollá, oficiales de las fuerzas de Irán habrían ayudado a diseñar la ofensiva y habrían dado la luz verde final para iniciar el asalto. De comprobarse, el conflicto del último fin de semana podría ser el inicio de algo bastante más grave para la región y el mundo.
Así, la situación no es solo dramática por lo que pasó, sino por lo que podría venir. El sangriento ataque terrorista de Hamas deslegitima profundamente la causa palestina y borra las simpatías internacionales que hubiera podido acumular en las últimas décadas, pero además abre las puertas para una guerra a gran escala entre potencias regionales. Si no median oportunamente la sensatez, proporcionalidad y sangre fría que la comunidad internacional puede aportar en este nuevo conflicto, la espiral de violencia podría apenas estar empezando.