Editorial El Comercio

El viernes pasado, el diario español “El País” publicó una ilustrativa entrevista con , argentino del expresidente . La conversación no es realmente ilustrativa porque resalte elementos de juicio relevantes en el proceso que se sigue al exmandatario; nada más lejos de ello. Es ilustrativa, más bien, porque se trata de un ejercicio extraordinario de compilación de las posverdades –tradicionalmente llamadas mentiras– que el anterior jefe del Estado y su círculo cercano han intentado difundir desde el 7 de diciembre del año anterior.

En términos gruesos, los comentarios de Croxatto pueden dividirse en dos categorías. Los primeros son aquellos que directamente contradicen la realidad. No es cierto, por ejemplo, que “este año se vencían las concesiones de 30 años de la época de Fujimori de todos los recursos naturales peruanos” y que ese fue uno de los motivos de la vacancia. Ese es un bulo promovido por personajes como Guillermo Bermejo, congresista de Perú Democrático, sin ningún sustento real. Tampoco es cierto que el hecho de que los integrantes del Gabinete no hayan firmado el mensaje a la nación los exime a todos del delito de conspiración. No hay necesidad de rubricar un acuerdo para que este exista, y eso es suficiente dentro del Código Penal. Así lo demuestran los procesos en contra de los exjefes del Consejo de Ministros Aníbal Torres y Betssy Chávez, por ejemplo. Ni mucho menos es cierto que, luego del fallido , Castillo solo estaba yendo a la Embajada de México para llevar a sus hijos. Más allá de lo ridículo del argumento, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, confirmó que Castillo llamó para advertirle que solicitaría asilo.

Por supuesto, la mentira mayor es que no hubo golpe de Estado porque Castillo “no tenía ningún poder”, a pesar de ser él en ese momento el presidente de la República y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. “El único golpe se lo dieron a él, que termina destituido. No es golpe, es un hecho atípico”, llega a afirmar el abogado del exmandatario. Si un presidente que se presenta en cadena nacional a anunciar intempestivamente el cierre del Congreso y la “reorganización” del sistema judicial que lo viene investigando a él y a su familia no está cometiendo, en ese mismo instante, un golpe de Estado, entonces la expresión no tiene ningún sentido. Lo que hizo Castillo es la definición exacta de un golpe.

En su segunda categoría de comentarios, Croxatto fabrica una imagen absurda de Castillo, de sus intenciones y de lo que –según él– debió suceder luego del mensaje golpista. Cuando se le pregunta, por ejemplo, por qué el jefe del Estado no coordinó con las FF.AA., el abogado responde que Castillo “tiene algo de ingenuo y de interesante a la vez, […] quizá es algo demasiado avanzado para este momento histórico y no somos capaces de entender. Hizo algo que rompía la lógica de la colonización, del eurocentrismo, del formalismo jurídico”. A todas luces, un amasijo de palabras que linda más con la charlatanería que con el derecho.

Croxatto no deja de repetir el discurso victimista de siempre (“la vacancia es racista […] la usan para incapacitar a un maestro que representa indígenas”) e insiste también en que el Congreso debió tomarse su tiempo en vacar al presidente luego de su mensaje, invitarlo a “exponer sus motivos”, “investigarlo”, etc. Es decir, la misma institución que Castillo había cerrado a la fuerza ese día debía cursarle una invitación para que, por favor, se explayase sobre los motivos que lo llevaron a convertirse en dictador, y luego sopesar su respuesta. El chiste se cuenta solo.

Los comentarios de Croxatto ofrecen un vistazo bastante nítido de las realidades paralelas sobre las que deben navegar los defensores del golpe de Estado. Estos cuentos, lamentablemente, han encontrado eco en buena parte de la población, pero otra historia es defenderlos en un contexto penal. Y ahí, más temprano que tarde, por la obviedad de los hechos imputados, la justicia se impondrá.


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