Editorial El Comercio

Hoy se cumplen 200 años desde la última gran batalla por la independencia del y del resto de la región de la corona española. Tras menos de seis horas de enfrentamientos, la victoria del lado patriota en la batalla de marcó el fin de la etapa de revoluciones libertadoras y, a la vez, el inicio de la reconstrucción nacional. Esta última tuvo un significado físico –el saldo de devastación de la guerra de independencia fue cuantioso– y también uno patriótico e institucional: a partir de entonces, la población independiente del Perú debía encontrar la manera de gobernarse sola, en paz y en el camino de la prosperidad.

El aniversario debe servir para recordar el espíritu que animó a los próceres de aquella gesta –uno insuflado, en buena cuenta, de amor por la patria e ideales de libertad basados en la Ilustración–, y también para hacer un balance de hasta qué punto se logró construir la sociedad que en la pampa de Ayacucho se soñó.

Los dos siglos pasados vieron un país que, a pesar de las inquinas internas y los golpes externos, progresó sobre los hombros de su gente. Obreros, campesinos, empresarios, intelectuales, inmigrantes, artistas, docentes, profesionales; todos han contribuido para crear una sociedad más justa, con menos pobreza y mayores libertades. Por su parte, la historia de las últimas tres décadas es, a grandes rasgos, una en la que se logró avanzar de forma significativa en el cierre de brechas materiales para enormes proporciones de la población.

También es cierto, sin embargo, que 200 años después de la batalla de Ayacucho el país aún está lejos de construir una visión armónica y compartida de lo que significa ser peruano e incluir verdaderamente a todos los conciudadanos como parte de la vida en común que construimos día a día. En esta brecha hay una dimensión material pendiente, pero también democrática y de derechos elementales.

Reflexiones de este tenor se tuvieron a propósito del primer centenario de la batalla, con la presencia además de comitivas extranjeras en nuestro territorio. El país aprovechó también para levantar construcciones emblemáticas, incluyendo la sede principal de este Diario y el Gran Hotel Bolívar. En contraste con esto, la pasividad de este Gobierno para conmemorar la fecha ha sido una oportunidad desperdiciada. En momentos complicados para la nación, el simbolismo de sus orígenes republicanos puede servir como fuente de inspiración, guía y optimismo. Pero eso tampoco lo vio la actual administración.

Editorial de El Comercio

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