La noticia de la incorporación de Susana Villarán a la plancha de Daniel Urresti ha causado sorpresa y desaprobación en muchos sectores de la ciudadanía, incluidos aquellos que hasta hace poco la respaldaban a pesar de lo deslucido de su pasada gestión al frente de la Municipalidad de Lima. La sensación que estas personas transmiten es la de un desencanto respecto de una figura política que, no obstante sus limitaciones administrativas, había sido consecuente en la defensa de los principios que presidieron su incursión en la vida pública –esto es, su militancia de izquierda y su defensa de los derechos humanos– y ahora, al sumarse a una fórmula encabezada por un candidato de talante autoritario y acusado de ser el autor mediato del asesinato del periodista Hugo Bustíos, ha echado también las convicciones morales por la borda.
La verdad, sin embargo, es que la decisión de la ex alcaldesa de Lima es esencialmente un poco de lluvia sobre mojado, pues ella había faltado ya a su palabra y a una trayectoria que ahora luce muy remota en más de una oportunidad.
No es esta, en efecto, la primera vez que la señora Villarán anuncia que no participará en un proceso electoral y luego cambia de opinión, aduciendo altos cometidos políticos que supuestamente la obligan a dejar de lado sus preferencias personales. Como se recordará, eso fue exactamente lo que ocurrió con ocasión de los últimos comicios municipales, en los que ella había prometido no competir durante la campaña para salvarse de la revocación. Esa vez dijo que había cambiado de opinión porque su amor por Lima le demandaba profundizar las reformas que había iniciado, y ahora que quiere impedir el triunfo del fujimorismo en el 2016. Pero en ambos casos, aparte de una sobreestimación de sus verdaderas posibilidades electorales, se puede maliciar que existe, más bien, un afán por tentar una opción de poder a cualquier costo.
Esto, porque solo unos meses atrás, la antigua lideresa de Fuerza Social afirmó que Daniel Urresti no era una persona idónea para postular a la presidencia, tanto por los ya mencionados problemas relacionados con el caso Bustíos, como por carecer de un perfil y una visión de estadista. ¿Dónde han quedado en la presente coyuntura esas objeciones? Pues, probablemente, en uno de esos atados de cosas viejas que uno quema a fin de año.
No era aquella, por lo demás, tampoco la primera vez que la señora Villarán marcaba distancias con el nacionalismo, pues ya en el 2006 había expresado dudas con respecto al entonces candidato presidencial Ollanta Humala; particularmente, cuando dejó flores en Madre Mía y le reclamó al ex comandante enfrentar “cara a cara” a los deudos de la violencia de los contingentes militares que actuaron fuera de la ley en el lugar. Otro resquemor olvidado que hace pensar que la Susana Villarán que acusó a Vladimiro Huaroc de ‘traición’ a sus principios y valores por haberse sumado a la campaña de Keiko Fujimori “por pura ambición de poder” ha de haber sido una persona homónima.
Los cuestionamientos a la ex alcaldesa, por otra parte, se extienden a muchos asuntos que exceden el terreno de lo estrictamente político. Nos referimos, por ejemplo, a la circunstancia de que, tras la campaña por el No a la revocatoria del 2013, a pesar de que aseguró haber rendido cuentas a la ONPE respecto a su financiamiento, tuvo que ser finalmente desmentida por el mismo organismo electoral, que indicó que dicha información no se encontraba en su base de datos. O al hecho de que se valiera de un ‘vientre de alquiler’ (Diálogo Vecinal) para postular a la reelección al año siguiente. O a la contratación de focus groups con dinero del municipio para fines proselitistas. O a la reposición de los regidores revocados en cargos en el municipio, a pesar –una vez más– de que había prometido no hacerlo.
No cabe, en consecuencia, asombrarse demasiado de este giro de Susana Villarán, porque sus mudanzas políticas y de principios han sido, como se ve, ya varias a lo largo de su historia. Pero el hecho de que la que estamos constatando en estos días no haya sido la primera, no quiere decir tampoco que, por una cuestión de cansancio de los votantes, no vaya a ser la última.