La visita al Perú de Mitzy Capriles y Lilian Tintori, esposas de los detenidos líderes de la oposición venezolana Antonio Ledezma y Leopoldo López, era una magnífica ocasión para que el gobierno del presidente Humala remediase en algo el ignominioso silencio que ha guardado hasta ahora sobre los atropellos del régimen de Nicolás Maduro a la democracia en su país. Pero, una vez más, la ocasión ha sido desperdiciada.
Como se sabe, las señoras Capriles y Tintori llegaron esta semana a Lima, desafiando las iras de los herederos del despotismo chavista, para participar en una serie de actividades convocadas por diversas organizaciones políticas y académicas en solidaridad con ellas y con el pueblo venezolano en general. El esposo de la primera, quien es además alcalde de Caracas, está preso y acusado de “conspiración” desde el 19 de febrero pasado; y el de la segunda, desde exactamente un año antes, y con pretextos legales semejantes.
Cabe destacar, de paso, que las colectividades que han expresado su respaldo a las valientes damas provienen de casi todos los sectores del espectro político nacional. Y decimos ‘casi todos’, porque la izquierda, con su usual dificultad para distinguir las tiranías cuando comparten su signo ideológico, ha sido la penosa excepción. Cómo habrá sido de oprobiosa esta forma ‘progresista’ de mirar hacia otro lado, que un intelectual como Steven Levitsky, normalmente identificado con esa causa, se ha sentido en la necesidad de escribir: “¡Qué duro ver a la izquierda peruana entregar la bandera de los derechos humanos al Apra y a Keiko Fujimori! Viene la esposa de un preso político y en vez de alzar la voz en defensa de los derechos humanos, la llamamos golpista”.
Pero al fin y al cabo, la incapacidad de cierta izquierda para abrazar la defensa de los principios del Estado de derecho es un peso con el que ella misma tendrá que cargar en el futuro inmediato y, en general, en el juicio de la historia. Pero, en cambio, lo que nuestro gobierno haga o deje de hacer hoy al respecto nos incumbe a todos los peruanos.
En ese sentido, es insoslayable el señalamiento del modo grotesco en que la actual administración se ha sustraído también en esta ocasión de asumir el rol que le corresponde en tanto autoridad emergida de las urnas frente a la situación en Venezuela. El gobierno, en efecto, solo se dio por aludido a propósito de la presencia de las señoras Capriles y Tintori en el país después de que cinco bancadas parlamentarias remitiesen una carta al presidente Humala para que las recibiese en audiencia.
Y aún en esas circunstancias, no fue el propio mandatario quien estuvo dispuesto a atenderlas, sino que delegó semejante tarea en la presidenta del Consejo de Ministros, Ana Jara, y el canciller Gonzalo Gutiérrez. Por supuesto que si consideramos que, hace solo un año, el también oficialista y entonces presidente del Congreso, Fredy Otárola, no tuvo a bien conceder audiencia a la destituida diputada de oposición venezolana María Corina Machado, lo sucedido esta semana parece un avance. Pero, en honor a la verdad, una cita tras la cual la cancillería solo puede informar que “el gobierno del Perú viene propiciando y apoyando el diálogo entre todas las fuerzas políticas en la nación venezolana” y “alienta que en las próximas elecciones congresales en ese país participen todas las fuerzas democráticas representativas”, es demasiado poco, demasiado tarde.
El desaire ha sido tal que Mario Vargas Llosa, quien apoyara la candidatura de Ollanta Humala cuatro años atrás, ha lamentado “profundamente” que la pareja presidencial no haya recibido a las señoras Capriles y Tintori ‘con los brazos abiertos’, a la vez que pidió perdón a los venezolanos por ‘la inconducta de los gobiernos democráticos latinoamericanos que muestran muy débiles convicciones democráticas, cuando no una secreta complicidad, con la dictadura venezolana”.
Todo esto solo contribuye a acrecentar la sensación de que la deuda de los actuales gobernantes con el poder omnímodo que desde hace años impera en Venezuela es, más bien, demasiado cuantiosa y demasiado temprana.