A estas alturas del próximo año, los peruanos sabremos, casi con total seguridad, quién será el siguiente presidente del Perú. Asimismo, sabremos qué partidos compondrán el nuevo Congreso y el número de escaños que cada uno de ellos ocupará. Sabremos, también, qué plan de gobierno regirá hasta el 2026 y estaremos ansiosos por constatar si tomamos la decisión correcta.
Aunque el tiempo es corto, y el inicio de la campaña electoral es inminente, hay muchísimo por reflexionar si lo que buscamos es que nuestras nuevas autoridades representen los cambios que queremos ver en el país. Los últimos cuatro años han servido para exponer nuestras graves debilidades institucionales –renunció un presidente y hasta se disolvió un Parlamento–; y los más de dos meses que hemos estado sumidos en esta crisis sanitaria, para hacer evidente todo aquello que nuestros líderes descuidaron, principalmente en lo que concierne a la salud pública. Ahora, estas lecciones tendrán que guiar nuestro voto.
Pero tomar buenas decisiones en las próximas elecciones no será una tarea sencilla. Si algo han demostrado las últimas semanas, es que la vulnerabilidad de los ciudadanos, causada por la emergencia pandémica, supone el escenario propicio para que los políticos pongan en práctica nocivos discursos populistas. Por el momento, lo más probable es que nuestros trances empeoren antes de empezar a mejorar y con ellos se agudizarán las promesas de este tipo que, de ponerse en práctica, traerán más apuros que soluciones.
Ante ello el papel de la prensa será particularmente sensible. Las voces de los técnicos y los expertos tienen que eclipsar las de los fanfarrones y los hechos tendrán que estar a la caza de las mentiras.
Por otro lado, habrá que mantenerse vigilantes para detectar aquellos proyectos políticos que elijan hacer diagnósticos de nuestros problemas con poco o ningún sustento en la realidad. Es posible que lleguemos a tener candidatos que apelen a narrativas flamígeras para ganar adeptos. La xenofobia, el nacionalismo castrense, el proteccionismo y la depredación de nuestro orden constitucional son planteamientos que no podemos permitir.
El próximo jefe del Estado, más bien, tiene que reconocer nuestra fortaleza macroeconómica y dirigirla a ofrecer los servicios que por muchos años han permanecido abandonados por el Estado. Resulta inconcebible que, luego de 15 años de crecimiento constante de nuestro PBI, reducción disciplinada de la pobreza, aumentos significativos en la recaudación y la drástica multiplicación del presupuesto público, no se haya invertido en materias tan fundamentales como la infraestructura de nuestros hospitales, escuelas y comisarías. No puede ser, por ejemplo, que el Estado elija aventurarse a invertir casi US$5.000 millones en un elefante blanco en Talara cuando no hay oxígeno en nuestros nosocomios.
Merecemos nuevas autoridades a la altura de nuestras necesidades y comprometidas con aquello que hemos venido haciendo bien. Y acá es donde también entran a tallar los candidatos. Un país golpeado por la tragedia necesita de una campaña responsable, donde las ideas y su sustento sean el centro de la discusión y donde los insultos y bajezas no tengan lugar. Quienes postulen a un cargo público en los próximos comicios tienen que apuntar a unir el país, no a dividirlo.
En los meses venideros tenemos que trabajar en nuestra elección, para que de acá a un año nos llene de esperanza lo que vendrá. Está en nuestras manos.