En materia de tiranos, el Frente Amplio (FA) parece cultivar una variante de cierta famosa máxima de George Orwell: todos son iguales, pero unos son más iguales que otros. Hace apenas dos semanas, cuando el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, visitó nuestro país con ocasión de la reunión de APEC celebrada en Lima, la bancada de esa organización política criticó a través de un comunicado, publicado en su página de Facebook, la decisión del Legislativo de concederle la Medalla de Honor del Congreso de la República, en el grado de Gran Cruz. Y lo hizo con argumentos terminantes.
Hablaron, por ejemplo, de “la preocupación que generan las conocidas denuncias de violación de derechos humanos” con respecto al Gobierno Chino, y acusaron a este también de oponerse “a políticas migratorias que establezcan condiciones de libertad de movimiento de personas”. En realidad, se quedaron un poco cortos, porque el régimen que Xi Jinping encabeza es, como se sabe, de partido único (el Partido Comunista Chino), hostil a la prensa libre y persigue a disidentes y opositores por el solo hecho de serlo –es decir, es una dictadura sin atenuantes–; pero al menos lo señalado marcaba ya una clara condena.
Pasaron solo siete días, sin embargo, y, ante la muerte del dictador Fidel Castro, de pronto los mismos principios dejaron de operar y, en lugar de una condena, varios congresistas del FA decidieron modular un salmo. Los legisladores Hernando Cevallos, Humberto Morales, Wilbert Rozas y otros más (entre los que destaca el vocero de ese grupo parlamentario y líder de Tierra y Libertad, Marco Arana), presentaron efectivamente el lunes de la semana pasada una moción de orden del día para expresar condolencias al pueblo cubano “por el fallecimiento de quien fuera su líder histórico”.
En los considerandos del documento, además, hablan de Castro como de un “líder de talla mundial” y dicen que su partida “es un momento para reconocer su valía y compromiso con los profundos cambios en su pueblo, llevándolo a convertirse en un país donde la salud, la educación y la cultura están por sobre los índices de otros países del mundo”.
De las violaciones a los derechos humanos y los problemas a la ‘libertad de movimiento de personas’ que parecían preocuparlos en el caso de China, aquí no hay palabra. Y solo cuando se los apremia, algunos de ellos, como el parlamentario Alberto Quintanilla, se animan a admitir que el tirano caribeño cometió “una serie de errores al no democratizar su proceso”.
Con respecto al embauco de llamar ‘errores’ a lo que a todas luces son crímenes dolosos, ya hemos abundado en esta misma página. Pero lo que no termina de producirnos incredulidad y rechazo es la contumacia con la que los representantes del FA exhiben su doble estándar de moral a la hora de juzgar a su villano favorito. Algo en las barbas sin recortar y el uniforme verde olivo, que recuerdan la vida montuna y la fantasía guerrillera, parecería turbarlos al punto de inhibir la capacidad crítica que despliegan cuando el villano de ocasión no figura en sus altares. Y después, cuando alguien quiere asociarlos a esa izquierda que no descarta la violencia y la supresión de la democracia como una vía para alcanzar su arcadia ideológica, se rasgan las vestiduras indignados…
En el fondo, no obstante, no son muy distintos a los que añoran a Francisco Franco o a Augusto Pinochet y anhelan para nuestro país un régimen como el encabezado por cualquiera de ellos. Y eso es así porque de verdad todos los tiranos son iguales. Y quienes los idolatran, también.