Con contadísimas excepciones, las personas que el presidente Pedro Castillo ha elegido hasta ahora como ministros de su gobierno no se han caracterizado por el buen juicio, el conocimiento del sector a su cargo o la compostura al actuar. La cantidad de bajas forzadas que, en menos de cuatro meses, han sufrido los dos Gabinetes que hemos conocido hasta el momento habla por sí sola del desacierto con el que estos fueron estructurados.
En medio de ese penoso contexto, el titular de Justicia, Aníbal Torres, dio al principio la sensación de ser un lunar de sensatez. Se enfrentó, efectivamente, a Vladimir Cerrón y sus afanes de interferir en la administración del Ejecutivo y fue claro con respecto a lo que se debía hacer con el cadáver de Abimael Guzmán. Poco a poco, sin embargo, fue mostrando también ciertas trazas de destemplanza que anunciaban lo que este fin de semana ha terminado de hacerse evidente. A saber, que puede ser tan descomedido y arbitrario como cualquiera de los prescindibles portadores de fajín a los que aludíamos antes.
Llamó la atención semanas atrás, por ejemplo, su afirmación acerca de que los medios que cuestionaban al presidente lo hacían porque el Gobierno “no está dando dinero a la prensa y eso genera un rechazo”. Y poco después, a raíz de la suspensión de las operaciones de Antamina en Áncash, demandó que sus accionistas fuesen investigados porque podían estar promoviendo la vacancia del jefe del Estado… para tener que retirar sus palabras horas después.
No se puede pasar por agua tibia tampoco su aseveración de que los vínculos del exministro de Trabajo Iber Maraví con los atentados terroristas que figuraban en distintos atestados policiales eran “cuentitos”. Como se recuerda, Maraví acabó dejando el cargo que ostentaba por razones nada ficcionales.
Pues bien, este fin de semana, el señor Torres ha dado nuevamente rienda suelta a sus furias sin asidero y, en esta ocasión, la víctima ha sido el presidente del BCR, Julio Velarde. La circunstancia de que Velarde fuese ratificado en su puesto por el actual mandatario, al parecer, no fue de su agrado. “Si no hacía eso el Gobierno, entonces vienen la presión, pero en términos gigantescos”, señaló. Para luego añadir: “Si a este señor no le gusta lo que estoy diciendo, también tiene las puertas abiertas para irse”.
Y más adelante, al criticar la posición de Velarde acerca de los topes a las tasas de interés bancarias, anotó: “Solo porque este gordito dice cualquier disparate, entonces es verdad”.
Por un lado, cabe resaltar la tendencia del ministro de Justicia a descalificar a los individuos con los que no comulga a partir de rasgos personales que no guardan relación con la materia en discusión. Esta vez trató de desvirtuar los argumentos de Velarde aludiendo a su aspecto físico y hace no mucho descargó su irritación contra un periodista que no le llevó el amén llamándolo “muchachito tonto”. Habría que ver cómo reaccionaría él si alguien intentara ser desdeñoso con sus opiniones por el hecho de ser una persona que está en la tercera edad.
Por otra parte, Torres daría la impresión de confundir sus atribuciones. El presidente del BCR está donde está porque el presidente de la República lo ha confirmado en el cargo, y lo que el responsable de la cartera de Justicia piense al respecto, no pasa de ser un punto de vista respetable, pero sin consecuencias. No existe, por lo tanto, motivo para que Velarde deba irse si no le gusta lo que Torres dice. En realidad, si no está de acuerdo con la decisión del mandatario, el que podría considerar la posibilidad de retirarse debería ser más bien él mismo.
Pero si decidiese seguir formando parte de un gobierno con cuyas decisiones no parecería estar satisfecho, el ministro haría bien en cambiar de actitud, pues hasta el momento ha hecho de los ataques vitriólicos y sin fundamento su estilo, y con ese estilo no se distingue de aquellos lastimosos excolegas suyos que debieron dejar el Gabinete bajo la sombra de la reprobación pública.
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