Hace un par de décadas, durante un período de relativa calma internacional y crecimiento global sostenido, se hizo popular la idea de que existía una suerte de determinismo histórico decantado hacia mercados y fronteras abiertas, democracia, paz y pluralismo. Bajo este enfoque de “fin de la historia”, como se le llamó entonces, las libertades sociales, económicas, políticas y republicanas estaban destinadas a triunfar en el orden global al probar su superioridad.
Esta visión determinista, como todas las que la antecedieron, probó estar errada al poco tiempo. El ataque contra las Torres Gemelas en Estados Unidos, la crisis financiera del 2008, las guerras del Medio Oriente, el despertar de la economía china, entre otros grandes eventos y tendencias, demostraron que el mundo seguía siendo un lugar tan incierto como antes. Hoy, contrario a lo pronosticado a fines de los años 90, existe una importante corriente global que se opone a la integración de naciones desde diversos enfoques y se alimenta de mensajes cargados de intolerancia y desconfianza.
Uno de los ejemplos más emblemáticos es la salida del Reino Unido de la Unión Europea, llamado ‘brexit’. Este domingo, 27 países europeos aprobaron el histórico acuerdo de separación en un proceso que el presidente de la Comisión Europea calificó de “tragedia”. La renuncia del Reino Unido es consecuencia del referéndum de junio del 2016, en el que la población británica votó mayoritariamente en contra de permanecer en el poderoso bloque europeo. El parlamento instalado en Londres aún tiene que ratificar los términos del divorcio para hacerlo oficial, pero el mensaje aislacionista que trasmite el país que alguna vez fue el mayor imperio global es claro.
Reino Unido es difícilmente el único país de Europa que enfrenta tendencias en esta dirección. Austria, Italia, Hungría, Polonia, Suecia y otros han visto el fortalecimiento de partidos políticos con mensajes populistas, nacionalistas y escépticos al libre tránsito y libre comercio. Al otro lado del Atlántico, la narrativa del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, resumida en la expresión “América primero”, debilita aun más la colaboración internacional. Sus posturas frente al comercio global, inmigración, cambio climático y otros aspectos en los que el trabajo conjunto y de buena fe son clave, abonan incertidumbre en un panorama ya complicado.
Así, no es sorpresa que en el último informe de la Organización Mundial del Comercio (OMC), publicado la semana pasada, se destaque que las economías más grandes impusieron 40 nuevas barreras comerciales entre mediados de mayo y mediados de octubre sobre un volumen de intercambios de casi US$500.000 millones, monto seis veces mayor que el año anterior. “Las conclusiones del informe deberían preocupar realmente a los gobiernos del G-20 y al conjunto de la comunidad internacional”, señaló al respecto el director general de la OMC, Roberto Azevedo.
El Perú, a pesar de ser una economía mucho más chica, juega también en este escenario cambiante y debe tomar decisiones. Por ahora, el país mantiene una positiva política de apertura y de interés en fortalecer sus vínculos internacionales a todo nivel –la reunión de esta semana de los presidentes del Perú y Chile con ocasión del Segundo Gabinete Binacional es apenas una muestra–. Sin embargo, los cantos de sirena populistas y nacionalistas que recorren el mundo pueden no tardar también en llegar a esta parte del continente, como sucedió a mediados del siglo pasado. Dar por sentado el “fin de la historia” fue parte de la debilidad de los políticos y analistas de fines de ese siglo para prevenir lo que sucedió luego; un error que el Perú pagaría hoy demasiado caro.