El presidente Ollanta Humala parece llevar a flor de piel las derrotas de la selección nacional de fútbol y sus tiempos con pantalones cortos y chimpunes. Hace apenas unos días, en medio de una arenga más confrontacional que patriótica, el mandatario exhortó a los empresarios nacionales a invertir más en el país. “El obstáculo para que ellos sigan invirtiendo es que se desalientan rápidamente, a veces cuando les ganan uno a cero creen que ya perdieron el partido”, mencionó. Intuyendo que las habilidades que aseguran el éxito de la economía y de las inversiones se asemejan a las requeridas en una batalla o en un partido de fútbol, el presidente remató indicando que a los empresarios del país “les falta garra”.
El presidente Humala, sin embargo, parece confundir la motivación de camerino o de cuartel con los determinantes en las decisiones de inversión. En efecto, los empresarios, grandes y chicos, difícilmente guardan espacio en sus estados de pérdidas y ganancias para el desaliento del que habla el mandatario.
La verdad es que los emprendedores no invierten ni dejan de invertir por cobardía ni porque les falta ‘garra’, sino que basan sus decisiones en la rentabilidad de un eventual negocio y en los riesgos que este enfrenta. Desde abrir una segunda bodega, renovar la maquinaria de la empresa textil o destinar varios miles de millones de dólares en un megaproyecto de explotación de cobre, todos los empresarios buscan su propio lucro a partir de la satisfacción de las necesidades de otros.
En realidad, es justamente por esto que el mercado y las libertades económicas han demostrado funcionar de manera consistente. Y es que las decisiones de inversión, que tienen como legítimo fin el ser rentables y generar ingresos al tiempo que se mantienen dentro de la ley, en el fondo no solo benefician a quienes invierten, sino también a quienes obtienen un puesto de trabajo gracias a ellas y a todos los consumidores que acceden a bienes y servicios que de otra manera simplemente no existirían.
Así, mientras que la satisfacción de las necesidades de las personas y de otras firmas ha guiado de manera libre y eficiente las decisiones de inversión de millones de empresarios, las alocuciones de tenor patriótico y retórico han sido, por lo general, malas consejeras financieras. Ahí están, por ejemplo, las quebradas empresas públicas de décadas pasadas que, bajo el controversial manto de las ‘industrias estratégicas’ para los intereses de la nación, ejecutaban inversiones que no cubrían necesidad alguna mientras perdían recursos de todos los contribuyentes.
Si el presidente Humala desea, entonces, que los empresarios nacionales vuelvan a los impresionantes ritmos de inversión que el país vio en años anteriores, la perorata de camerino será insuficiente y hasta contraproducente. Los inversionistas no necesitan motivación de este tipo para intentar expandir su planta, incursionar en mercados desconocidos o abrir un nuevo negocio. De hecho, de parte de las autoridades públicas no necesitan ningún otro tipo de motivación más allá de la que reglas claras, regulación adecuada y seguridad en sus contratos e inversiones pueden proporcionar.
Y es en este aspecto, justamente el que depende del sector público y que sí es relevante para las decisiones de inversión, que la actual administración ha llevado a cabo un trabajo deficiente. El índice de confianza empresarial, estimado por Apoyo Consultoría, ha tenido una marcada tendencia decreciente desde el 2012 a la fecha. Según Gianfranco Castagnola, presidente ejecutivo de la institución, buena parte de la explicación reside en un Estado disfuncional que ha emprendido políticas sectoriales inapropiadas y una creciente sobrerregulación. A ello se le suma el mensaje de inestabilidad y poco respeto por las reglas de juego y el Estado de derecho que el reciente conflicto por el proyecto minero Tía María ha acentuado. Este proyecto se suma a la lista de US$14.000 millones en inversiones mineras que se han visto paralizadas entre el 2011 y el 2014.
En este contexto, parece claro que los empresarios y el país necesitan de la clase política dirigente mucho más que retórica disfrazada de patriotismo. En la medida en que el presidente Humala siga percibiendo que la inversión privada depende de cualquier cosa menos de reglas claras y de un entorno de negocios adecuado que permita generar riqueza, lo que se puede esperar durante el resto de esta administración en materia de promoción de inversiones será lo mismo que esperamos hoy de la selección nacional de fútbol: pobres resultados a causa de la visión limitada de sus dirigentes.