“Ciudades invisibles” es una exhibición de pintura que está presentando el arquitecto y artista plástico Franco Vella en una galería de Lima. La muestra, compuesta por figuras de ciudades construidas sobre lugares como nubes, árboles o el mar, está inspirada en la obra de Ítalo Calvino, y al mismo tiempo, según ha explicado su autor, es una reacción a las dificultades que representa construir en nuestra ciudad (incluyendo la engorrosa y muchas veces sin sentido cadena de permisos, licencias y autorizaciones). Frente a las constricciones de la realidad, entonces, el arquitecto se rebela y decide “construir” sus diseños ahí donde su creatividad no está restringida por ningún tipo de limitaciones prosaicas. Si van a estar suspendidas en el cielo, uno puede construir sus ciudades como mejor le venga en gana.
Pues bien, nuestra regulación laboral – una de las más rígidas de la región– tiene mucho en común con la exhibición de Vella. Sin prestarle la menor atención a las limitaciones de la realidad –como, por ejemplo, el tamaño de nuestra economía y de nuestra informalidad– los políticos que la defienden huyen a las alturas, ahí donde esas cosas no importan, y construyen sus reglas a la medida de sus deseos. Así es como, por ejemplo, pueden hablarnos de subir el sueldo mínimo como un acto de necesaria justicia social, cuando en realidad el salario mínimo solo se aplica a la pequeña parte de nuestros trabajadores que lo ganan dentro del sector formal. Es decir, a una minoría muy pequeña dentro de otra minoría (la del 31,4 % de nuestros trabajadores que, según la OIT, trabajan con contratos formales). Lo que no hace extraño que haya expertos que calculen que las personas que ganan el salario mínimo en el ámbito nacional representan alrededor del 1% de la población trabajadora del país.
Dicho de otra forma: el salario mínimo está construido sobre una nube, igual que varias de las ciudades de Vella. Con la diferencia, claro, que la nube del salario mínimo se separa todavía más del suelo conforme se eleva aquel. Después de todo, cuanto más alto sea el salario mínimo, más lejos de la formalidad coloca a los contratos laborales informales de las pequeñas empresas y microempresas, donde está la enorme mayoría de los empleados que ganan menos que la cifra del salario mínimo. Por otro lado, cuanto más alta sea esta cifra, más probable se vuelve también que se vuelvan informales los contratos de aquellas empresas que sí pagan el salario mínimo o incluso algo más, pero con las justas.
De hecho, existen regiones enteras del país como Huancavelica, Ayacucho, Cajamarca, Puno y Apurímac en donde nuestro actual salario mínimo está por encima del ingreso promedio de la población ocupada. Lo que quiere decir que en estas regiones ni siquiera es necesario que el salario mínimo suba para que sea de por sí – sin sumarle nuestros muchos otros sobrecostos laborales– una infranqueable barrera contra la formalización.
Naturalmente, hay también otra diferencia entre las pinturas de Vella y los proyectos de tantos de nuestros políticos sobre el salario mínimo: Vella reconoce que sus ciudades están en las nubes, mientras que estos últimos, pese a tener acceso a cifras como las que mencionamos, pretenden lo contrario. En otras palabras, hacen creer a los más necesitados que, con el monto del salario mínimo, les están subiendo el piso sobre el que están parados, cuando en la realidad les están subiendo solo los muros que tienen al frente. Esto, mientras que, por supuesto, se aseguran un “salario mínimo” nada despreciable para ellos mismos: el que les dan los puestos que logran con los votos de las personas a las que convencen.
Por todo lo anterior, en fin, es que ha tenido mucho mérito el presidente Humala cuando ha hecho algo que muy pocas figuras públicas se atreven a hacer y ha declarado públicamente que subir el salario mínimo sería “una irresponsabilidad”. Lo sería, sin duda. Tanto, como nuestro actual salario mínimo ya es, dados los niveles de ingresos medios y de informalidad que tenemos, una gran hipocresía que solo beneficia, más allá de una minoría muy pequeña dentro de la minoría que representan nuestros trabajadores formales, a los que la practican.