Editorial El Comercio

Si hay un peruano que no necesita más reconocimientos para confirmar su enorme talla intelectual y artística ese es . Aparte de los innumerables galardones asociados a las letras recibidos a lo largo de su vida, la obtención del en el 2010 significó sin duda su consagración como uno de los más grandes novelistas de los dos últimos siglos. Hoy, sin embargo, el autor de “Conversación en La Catedral” ha sumado a la larga lista de honores que ya posee uno más, y de singular relevancia: ha sido incorporado a la .

Esto, que para cualquier escritor que se exprese en la lengua de Voltaire y Balzac sería un logro impresionante, constituye en el caso de Vargas Llosa un mérito sin precedentes, pues toda su producción literaria ha sido labrada en nuestro idioma. No es esa, empero, la única excepción que ha hecho la Academia Francesa al acogerlo. También ha dejado de lado el prurito de no incorporar como miembro a una persona que tenga más de 75 años. El narrador nacido en Arequipa, como se sabe, ha alcanzado ya los 86 años de edad. Y dejar de lado sus propias normas no es una práctica a la que una institución tan protocolar como la que nos ocupa ha de estar acostumbrada…

Nuestro escritor, desde luego, domina el francés con algo más que solvencia. No en vano la mayor parte de sus autores favoritos –Gustave Flaubert, Victor Hugo o Albert Camus, por citar solo algunos– tenían ese origen y él mismo conoció de muy joven París, en un viaje que tenía mucho de peregrinación a la meca de su naciente vocación literaria. Pero ser considerado para integrar la Académie française requiere algo más que eso, como bien deben saberlo los dos premios Nobel de Literatura franceses que, estando aún vivos, no han sido objeto de ese reconocimiento: Patrick Modiano y Jean-Marie Le Clézio.

Ahora, si bien la ceremonia oficial de incorporación tendrá lugar mañana, el rito de instalación (que, según los trascendidos, es casi litúrgico) se celebró el jueves pasado en el local histórico de la mentada institución. En la sala Jacqueline de Romilly y solo frente al resto de académicos, el novelista peruano leyó un discurso preparado para la ocasión. Es digno de resaltar, en ese sentido, que en la medida en que el instituto fundado siglos atrás por el cardenal Richelieu tiene por propósito defender la lengua francesa, quienes lo componen deben usar espada y hábito (un traje verde bordado con hilos dorados) para cumplir con determinadas funciones. Y ese será el caso también de nuestro compatriota a partir de ahora.

Felizmente, una de las características más notables del autor de “La guerra del fin del mundo” es que ni los emblemas de la gloria ya conquistada ni la edad han sido excusas para pensar en el retiro. Como bien saben los lectores de este Diario, él continúa escribiendo sus y tramando nuevas ficciones llamadas a ensanchar el paisaje de la narrativa peruana (de hecho, ha revelado que acaba de terminar un libro sobre el vals peruano), así como librando batallas ideológicas y principistas contra la amenaza totalitaria y empobrecedora que desde hace décadas se cierne sobre América Latina y hoy, particularmente, sobre el Perú.

En las horas más oscuras es cuando una lucidez y una valentía como las suyas se echan de menos, y es por eso que, de alguna manera, en medio del trance ingrato que vivimos, todos en el país nos sentimos partícipes del honor que él acaba de recibir. La espada, el hábito y la gloria conforman, en realidad, una indumentaria moral que Vargas Llosa hace tiempo vestía, pero que lo que ocurrirá en las próximas horas en París hace resplandecer con un especial brillo.

Editorial de El Comercio

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