Los roces entre el gobierno y la bancada supuestamente oficialista no son nuevos. Existieron casi desde que Pedro Pablo Kuczynski llegó a Palacio; y su primera manifestación pública fue quizás la declaración del congresista Gilbert Violeta, en octubre del 2016, sobre el hecho de que se sentía un tonto útil que solo había servido “para poner a un presidente que ha sido secuestrado por un grupo de poder”.
Aquella vez, el ‘impasse’ logró ser superado, pero a partir de entonces las demandas de diversos integrantes del grupo parlamentario ppkausa por un Gabinete “menos técnico y más político” fueron constantes. Y luego, la concesión del indulto a Alberto Fujimori provocó el retiro de tres de sus miembros.
Meses después, con Martín Vizcarra ya en la presidencia, las cosas no mejoraron. No olvidemos que, en abril de este año, pocas horas antes de jurar su cargo como presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva declaró que el equipo ministerial que encabezaría no se caracterizaría por “nombrecitos como el de Gabinete de lujo”: una pulla que tenía como víctimas a los legisladores Mercedes Araoz y Carlos Bruce, que formaban parte del Gabinete saliente.
Progresivamente, además, los desencuentros se hicieron más frecuentes y, aunque a principios de julio, gobierno y bancada expresaron propósitos de enmienda y ofrecieron ‘coordinar mejor’ a través de periódicas reuniones, la distancia solo tendió a pronunciarse.
Si la inclusión de Salvador Heresi como ministro de Justicia, por otra parte, intentó ser un gesto hacia la organización ppkausa, la forma abrupta en que tal nombramiento llegó a su fin pareció bloquear cualquier nuevo intento de recorrer ese camino. Máxime, si la persona que se eligió para reemplazarlo fue uno de los disidentes de la bancada (el congresista Vicente Zeballos).
Vino a continuación la pugna a propósito del referéndum, en la que el Ejecutivo no se esforzó demasiado por distinguir entre parlamentarios afines y contrarios a la hora de fustigar al Legislativo. Quedan para la anécdota, en ese sentido, afirmaciones del primer ministro Villanueva como “nosotros somos un gobierno que ni bancada tenemos” (8 de noviembre) y “ahora hay un divorcio, no solamente con un partido, sino con todos” (9 de diciembre).
El resultado de la consulta del último domingo ha confirmado, por supuesto, lo acertado de esa estrategia, pero ha dejado al equipo parlamentario ‘oficialista’ (o a lo que resta de él) con sangre en el ojo. De ahí, las amargas quejas en torno a Villanueva que varios de sus miembros han ventilado frente a la prensa en estos días. “La bancada hace seis meses que no le ve la cara al primer ministro”, ha clamado, por ejemplo, Carlos Bruce. Mientras que Mercedes Araoz ha puntualizado que “la relación con el primer ministro no existe porque él no quiere”. Y Gilbert Violeta ha insistido en la necesidad de relevarlo porque “ya cumplió su ciclo”.
Villanueva ha tratado de extender una rama de olivo al declarar, un día después del referéndum, “para nosotros, el tema de las diferencias [con el Congreso] acabó ayer”. Pero, habida cuenta de las anteriores ocasiones en que semejante vocación de cese al fuego ha sido estérilmente anunciada y ante comportamientos injustificables de la mayor parte de la bancada ppkausa como el voto a favor de la cuestionada ley sobre el financiamiento de partidos políticos, es inverosímil que esta vez el empeño se vea coronado por el éxito.
Lo más preocupante de todo, sin embargo, es que en medio de estos choques de ida y vuelta, ya a nadie parece interesarle representar el proyecto político por el que la mayoría votó en el 2016. Martín Vizcarra, como candidato a la vicepresidencia y jefe de la campaña en su tramo final, y todos los congresistas que postularon en la lista de Peruanos por el Kambio (PpK) formaron parte de ese proyecto y se presentaron ante el electorado como tales. Pero ni a uno ni a los otros daría la impresión de importarles ahora el compromiso que adquirieron en esas circunstancias.
Si en estos días de ánimo plebiscitario alguien quiere redimir el sentido esencial de la democracia, empezar por el rescate de ese compromiso no sería una mala idea.